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Novela terrible en la que el amor y la muerte se alternan en una danza dramática que mantiene en vilo permanentemente al lector, Antonina o la caída de Roma, primera novela publicada de Wilkie Collins, es sin duda, en cuanto al estilo se refiere, una de sus mejores obras, y en ella se expresan ya plenamente el dominio de la trama y el manejo de la intriga que lo caracterizan, así como el dibujo de personajes de una fuerza extraordinaria. Ambientada en el año 410, cuando tras siglos de humillación los godos avanzan sobre Roma, Antonina aprovecha ese marco histórico para explorar magistralmente las profundidades del alma humana cuando ésta se halla sometida a las pasiones más intensas, ya provengan del amor, del odio o del fanatismo. Quizá ensombrecida por la fama universal de dos grandes novelas de Collins, La dama de blanco y La piedra lunar, Antonina o la caída de Roma había sido relegada al olvido, y no hubo edición de ella ni siquiera en lengua inglesa durante más de un siglo. Publicada en 1850, Antonina fue bien aceptada por el público, pero la amistad que Collins entabló con Dickens orientó su obra futura más bien hacia la novela mezcla de intriga y de melodrama amable, suavizando Collins en sus novelas posteriores la intensidad trágica que baña cada pagina de Antonina. Novela extraordinaria, Antonina o la caída de Roma debe situarse, más allá de encajarla en el género de la novela histórica, como una de las novelas más importantes del autor inglés.
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Antonina o la caida de Roma de Wilkie Collins
-Sus heridas lo habían lisiado -dijo el joven con tono sombrío-. ¡No habría podido luchar junto a los demás guerreros! Nuestros ancestros se inmolaban cuando ya carecían de vigor para el combate. ¡Es mejor que haya muerto!
-¡Venganza! -jadeó Goisvintha apretándose a su costado-. ¡Nos vengaremos por la masacre de Aquilea! ¡Cuándo la sangre corra en los palacios de Roma, recuerda a mis hijos asesinados y no te apresures a envainar la espada!
En ese instante, como para encender aún más la feroz determinación que ya era evidente en el rostro del joven godo, se oyó la voz de Alarico que ordenaba al ejército avanzar. De un salto, Hermanrico arrastró consigo a la mujer anhelante hasta el sitio donde descansaba el rey. Allí, armado hasta los dientes, y alzándose muy por encima de la multitud que lo rodeaba en virtud de su superior estatura, se hallaba el temido capitán de las huestes godas. Llevaba el yelmo alzado, para mostrar sus claros ojos azules, que brillaban sobre la muchedumbre que se encontraba a su alrededor. Apuntó con su espada en dirección a Italia; y cuando, columna tras columna, los hombres tomaron sus armas y se prepararon jubilosos para la marcha, sus labios se abrieron en una sonrisa de triunfo, y antes de disponerse a acompañarlos, les dijo así:
-¡Guerreros godos, nuestro alto entre las montañas ha sido breve; pero que no se aflijan los que se sienten agotados, porque el glorioso lugar donde descansaremos de nuestros afanes es la ciudad de Roma!
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