El Sagrado Corán

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Título: El Sagrado Corán Autor: Julio Cortés Soroa Género: Religión

El Corán es el libro sagrado del islam, que para los musulmanes contiene la palabra de Dios (Allah), revelada a Mahoma (Muhammad), quien se considera que recibió estas revelaciones por medio del ángel Gabriel. Durante la vida del profeta Mahoma, las «revelaciones» eran transmitidas oralmente o escritas en hojas de palmeras, trozos de cuero o huesos, etc. A la muerte del profeta, en 632, sus seguidores comenzaron a reunir estas «revelaciones», que durante el Califato de Utman ibn Affan tomaron la forma que hoy conocemos, 114 Suras, cada uno dividido en versículos (aleyas). Los musulmanes dicen del Corán que es la palabra «eterna e increada» de Alá; por ello su transmisión debería realizarse sin el menor cambio en la lengua originaria, el árabe clásico, lengua en consecuencia considerada sagrada a todos los efectos. El Corán ha sido traducido a muchos idiomas, principalmente pensando en aquellos creyentes cuyas lenguas no son árabes. Aun así en la liturgia se utiliza exclusivamente el árabe, ya que la traducción únicamente tiene valor didáctico, como glosa o instrumento para ayudar a entender el texto original. De hecho, una traducción del Corán ni siquiera se considera un Corán auténtico.

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Portada del libro El Sagrado Coran

El Sagrado Coran de Julio Cortes Soroa


Fragmento del libro


¡Creyentes!. Si contraéis una deuda por un plazo determinado, ponedlo por escrito. Que un escribano tome fiel nota en vuestra presencia, sin rehusarse a escribir como Dios le dé a entender. Que escriba. Que el deudor dicte en el temor de Dios, su Señor, y que no deduzca nada. Y si el deudor fuera necio, débil o incapaz de dictar, que dicte su procurador con fidelidad. Llamad, para que sirvan de testigos, a dos de vuestros hombres; si no los hay, elegid a un hombre y a dos mujeres de entre quienes os plazcan como testigos, de tal modo que si una yerra, la otra subsane su error. Que los testigos no se sustraigan cuando se les llame. Que no os repugne subscribir una deuda, sea pequeña o grande, precisando su vencimiento. Esto es más equitativo ante Dios, es más correcto para el testimonio y da menos lugar a dudas. A menos que se trate de una operación concluida entre vosotros sin intermediarios; entonces, no hay inconveniente en que no lo pongáis por escrito. Pero ¡tomad testigos cuando os vendáis algo! ¡Y que no se moleste al escribano ni al testigo! Si lo hacéis, cometeréis una iniquidad. ¡Temed a Dios! Dios os instruye. Dios es omnisciente.

283.

Y si estáis de viaje y no encontráis escribano, que se deposite una fianza. Si uno confía un depósito a otro, debe el depositario restituir el depósito en el temor de Dios, su Señor. Y no rehuséis deponer como testigos. Quien rehúsa tiene un corazón pecador. Dios sabe bien lo que hacéis.


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