La mujer de todo el mundo

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Título: La mujer de todo el mundo Autor: Alejandro Sawa Género: Variada

Inmersa en los enormes privilegios de la nobleza del siglo XIX, una sociedad corrupta e hipócrita, la condesa del Zarzal tiene una máxima:”El matrimonio es una enfermedad que sólo se cura con la querida o el amante”. Dotada de una descomunal belleza, y de una crueldad que iguala sus apetitos sexuales, la condesa colecciona amantes y atesora conspiraciones con el que destruye las vidas de todos los que se cruzan ante su camino. Para ello no duda en utilizar todos sus recursos de seducción. Entre sus víctimas estará un joven y brillante pintor al que con sus maquinaciones llevará hasta el extremo de la pasión amorosa. La condesa, sin embargo, no prevé que ese idilio abrirá la puerta a una tormenta de sucesos que conducirán a un final perturbador. El periodista Alejandro Sawa, con una sutileza ejemplar y una capacidad descriptiva extraordinaria, retrató en “La mujer de todo el mundo” a la que definió como “un monstruo de la infamia”

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Portada del libro La mujer de todo el mundo

La mujer de todo el mundo de Alejandro Sawa


Sinopsis

La siposis del libro "La mujer de todo el mundo" de Alejandro Sawa en español es la siguiente:

"La mujer de todo el mundo es una novela que aborda temas como la identidad, la sexualidad, la soledad y la búsqueda de la verdad. La historia sigue a una mujer llamada Ana, que después de la muerte de su marido, comienza a descubrir secretos y verdades ocultas sobre su vida y su pasado. A medida que Ana se adentra en la investigación, se encuentra con una serie de personajes interesantes y complejos, que le llevan a cuestionar sus propias creencias y valores.

La novela es una reflexión sobre la condición humana y la forma en que las personas se relacionan entre sí, así como sobre la importancia de la memoria y la verdad en la construcción de la identidad.

Fragmento del libro


Estamos bajo la impresión de la misma pena, del mismo desastre; esa dolorosa y sombría y desesperadora inmersión de mamá Esperanza en la muerte; todo nos es común; hasta el aire que respiramos; hasta la pluma con que estampo estas líneas; hasta las vibraciones nerviosas que hacen temblar mi mano, abrasada siempre por el sentimiento; hasta tus alegrías, hasta mis pesares. Tengo la seguridad de haber sentido muchas veces con tu corazón, en vez de con el mío: con frecuencia he renegado de mi razón y te he pedido prestada la tuya cómo pueden hacerse esas cosas: identificándome contigo: razón de niño que ha iluminado con irradiaciones de astros las realidades bostezantes de una vida que se consume en un fastidio sin termino y en una esperanza sin objeto; tú comienzas a vivir, y yo parece que concluye, según lo cansado que me siento. Óyeme, Enrique: quiero hablar contigo desde las primeras páginas de este libro que me has animado a escribir; entras con mal pie en la vida, porque eres inteligente; esa gran compasión, esa gran lástima que a mí me inspira la inteligencia, determina que te quiera más, como hacen las madres con sus hijos enfermos; porque ¿quién sabe, después de todo, si la inteligencia no es una monstruosidad física, una equivocación del cielo, una joroba, un ser con dos cabezas, una idiosincrasia que mata, un hígado enorme envenenando con segregaciones biliosas la sangre hasta dejar maltrecho el equilibrio en que se funda la vida, una morbosidad cancerosa, un testarudo principio de muerte? Ya se sabe que la inteligencia crea, da vida; pero quizás la dé como el pelícano, a costa del organismo, desgarrándose a sí propia, y repartiéndose con la inalterabilidad del mártir entre las sociedades humanas, insistentes siempre en eso de vivir en materia de pensamiento a costa de quince o veinte hombres por cada generación. Oye, pues, no mis consejos: no sé darlos o no quiero darlos; las inspiraciones que salen de mi pecho con tanta violencia como si no quisieran perder un momento en llegar al tuyo. El camino es largo, el ansia de recorrerlo inmensa, los medios de locomoción, mezquinos; tan miserables somos, que parecemos nacidos para complacer a alguien que goza con la muerte; pero podemos protestar de esa inteligencia del mal que parece presidir los destinos humanos, viviendo en serio, tomando la vida, no como a una querida, sino como a un conflicto, y estudiándolo para resolverlo.


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