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Varios equívocos han signado la lectura de Alicia en el País de las Maravillas desde que su autor, el reverendo Charles Lutwidge Dodgson (1832-1898), la publicara por su cuenta en 1865 bajo el seudónimo de Lewis Carroll.Ilustrada por John Tenniel, dibujante de Punch, esa primera edición tuvo extraordinario e inesperado éxito; pero ya entonces la obra fue asimilada (¿degradada?) a la categoría de «literatura infantil» (claro que allí se encontró con textos de Swift, Defoe y otros compatriotas ilustres). Medio siglo después, André Breton la rescató (¿reivindicó?) como antecedente preclaro del surrealismo. Mas sobre estos encasillamientos que el texto soportó sin mella, hubo quienes se regodearon en considerar a Carroll como un pre-Nabokov, no por su riguroso empleo del lenguaje sino por la posible ambigua mirada que posaba sobre las niñas de su amistad.Lewis Carroll, tartamudo, matemático, titiritero, humorista y escritor insigne, seguramente no desestimó tales disparates y, como toda respuesta, dejó sus escritos.
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Alicia en el Pais de las Maravillas trad Graciela Montes de Lewis Carroll
Después de un tiempo, cuando vio que nada nuevo sucedía, decidió irse derechito al jardín, pero ¡pobre Alicia, qué pena!, cuando llegó a la puerta notó que se había olvidado la llavecita, y cuando volvió a la mesa para buscarla se dio cuenta de que de ningún modo podía alcanzarla: la veía con toda claridad a través del vidrio e hizo todos los esfuerzos posibles por treparse por una de las patas, pero resbalaba demasiado, y cuando se cansó de intentarlo se sentó en el suelo, pobrecita, y se puso a llorar.
-¡Vamos! ¿De qué sirve llorar así? -se dijo con bastante severidad-. ¡Te aconsejo que te calles de inmediato!
Por lo general Alicia se daba muy buenos consejos (aunque rara vez los seguía), y a veces se reprendía con tanto rigor que se hacía llenar los ojos de lágrimas; y recordaba haber tratado de darse una bofetada un día por haberse hecho trampa en un juego de croquet que jugaba contra ella misma, porque esta peculiar criatura encontraba un placer especial en simular ser dos personas a la vez.
«¡Pero ahora no me sirve de nada simular ser dos personas! -pensó la pobre Alicia-. ¡Si apenas quedó lo bastante de mí como para armar una sola persona como es debido!».
Muy pronto sus ojos tropezaron con una cajita de vidrio que había debajo de la mesa; la abrió y encontró en su interior un bizcocho diminuto con la palabra
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