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Un nativo de la cordillera oriental de los Cárpatos, Yanko Goorall, sobrevive al hundimiento de un buque al que ha sido enrolado por la fuerza y que ha naufragado en la costa de Eastbay. Desesperado, llega al valle de Colebrook buscando ayuda pero los habitantes del pueblo, gente huraña e ignorante, desconfían de un hombre desaliñado y que no habla su idioma. El hambre, la sed, el frío y el miedo hacen que Yanko casi enloquezca, pero Amy Foster aparecerá para brindarle su bondad. Enamorada, acepta casarse con él y emprenden una vida juntos pero las habladurías y el desconocimiento del origen de su marido harán mella en el débil carácter de Amy.
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Amy Foster de Joseph Conrad
Se sentó y, con voz destemplada, pronunció una palabra. alguna palabra. Después se levantó como si no estuviera enfermo, dice ella. Y cuando, delirando de fiebre y presa de la indignación, intentó acercarse a ella, la muchacha simplemente abrió la puerta y salió corriendo con el niño en brazos. Oyó desde el camino que él la llamaba dos veces, con una voz terrible. y huyó. ¡Ah! ¡Si hubieras visto en sus ojos opacos e inexpresivos el espectro del miedo que la persiguió aquella noche durante más de tres millas hasta la casa de los Foster! Yo lo vi al día siguiente.
»Fui yo quien encontró a Yanko tendido boca abajo en un charco, justo al otro lado del portillo.
»Esa noche me habían llamado para atender un caso urgente en el pueblo y cuando regresaba a casa, al amanecer, pasé por delante de su vivienda. La puerta estaba abierta. Mi criado me ayudó a trasladarlo dentro. Lo tumbamos en el catre. La lámpara humeaba, el fuego se había apagado, las paredes empapeladas de un triste amarillo rezumaban el frío y la humedad de la tormentosa noche. Grité «¡Amy!», y mi voz pareció perderse en el vacío de aquella casa diminuta como si hubiera gritado en el desierto. Yanko abrió los ojos.
»-Se ha ido -dijo con claridad-. Sólo le había pedido agua. un poco de agua.
»Estaba cubierto de barro. Lo tapé y esperé en silencio, entendiendo de vez en cuando alguna palabra dolorosamente articulada. Había dejado de hablar en su lengua materna. La fiebre había remitido, llevándose con ella el calor vital. Y su pecho jadeante y el brillo de sus ojos me recordaron de nuevo a una criatura salvaje atrapada en una red, a un pájaro cogido en una trampa. Ella lo había abandonado. Lo había abandonado. enfermo. desvalido. sediento. La lanza del cazador había atravesado su alma.
»-¿Por qué? -gritó con la voz penetrante e indignada de un hombre que increpara a un Creador culpable.
»Una ráfaga de viento y un fuerte aguacero fueron la única respuesta. Cuando me volví para cerrar la puerta, pronunció la palabra: «¡Misericordioso!», y expiró.
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