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El gran friso narrativo de los Episodios Nacionales sirvió de vehículo a Benito Pérez Galdós (1843-1920) para recrear en él la totalidad de la compleja vida de los españoles guerras, política, vida cotidiana, reacciones populares a lo largo del agitado siglo XIX. LOS APOSTÓLICOS, nombre que recibían los que andando el tiempo integrarían el bando carlista, recoge como transfondo un momento crítico de la historia española: el de los últimos tiempos del reinado de Fernando VII, casado ya con la napolitana María cristina, y las intrigas en torno a la sucesión del trono.
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Los apostolicos de Benito Perez Galdos
La síntesis en español del libro "Los apostólicos" de Benito Pérez Galdós es la siguiente:
"Los Apostólicos" es una novela epónima escrita por Benito Pérez Galdós en 1886, como parte de su serie de novelas "Episodios Nacionales". La obra se desarrolla en Madrid en el siglo XIX y narra la historia de un grupo de jóvenes sacerdotes que luchan contra la corrupción y la hipocresía dentro de la Iglesia Católica.
La novela sigue a los protagonistas, Fray Ambrosio, Fray Tomás, Fray Luis y Fray Diego, mientras luchan por mantener su integridad y pureza espiritual en un entorno corrupto y oscuro. A medida que avanza la historia, los jóvenes sacerdotes se ven envueltos en una serie de conflictos y dilemas que les llevan a cuestionar sus creencias y valores.
-Cruz y Calvario, no les pegues, que harta desazón tienen con quedarse en casa en día de tanto festejo.
-Idos de una vez a la calle y dejadme en paz -contestó de arriba una voz nada armoniosa ni afable-, que yo me entenderé con los enemigos. Ya sé cómo les he de tratar. Eso es, marchaos vosotros, marchaos al paseíto tú y la linda Marizápalos, que aquí se queda esta pobre mártir para cuidar serpentones y aguantar porrazos, siempre sacrificada entre estos dos cachidiablos. Idos enhorabuena. a bien que en la otra vida le darán a cada cual su merecido.
Violento golpe de una puerta fue punto final de este agrio discurso, y en seguida se oyeron más fuertes las patadillas infantiles de los corderos y el sermoneo de la pastora.
-Siempre regañando -dijo D. Benigno con jovialidad-, y arrojando venablos por esa bendita boca, que con ser casi tan atronadora como la de un cañón de a ocho, no trae su charla insufrible de malas entrañas ni de un corazón perverso. Mil veces lo he dicho de mi inaguantable hermana y ahora lo repito: «es la paloma que ladra».
Esto lo dijo Cordero guardando en su lugar las plumas con el libro de cuentas y todos los trebejos de escribir, y tomó después con una mano el sombrero para llevarlo a la cabeza, mientras la otra mano trasportaba el gorro carmesí de la cabeza a la espetera en que el sombrero estuvo.
-Vámonos ya, que si no llegamos pronto encontraremos ocupados los balcones de Bringas.
La joven alzaba la tabla del mostrador para salir con los chicos, cuando la tienda se oscureció por la aparición de un rechoncho pedazo de humanidad que casi llenaba el marco de la puerta con su bordada casaca, sus tiesos encajes, su espadín, su sombrero, sus brazos que no sabían cómo ponerse para dar a la persona un aspecto pomposo en que la rotundidad se uniera con la soltura.
-Felices, Sr. D. Juan de Pipaón -dijo don Benigno observando de pies a cabeza al personaje-. Pues no viene usted poco majo. Así me gusta a mí la gente de corte. Eso es vestirse con gana y paramentarse de veras. A ver, vuélvase usted de espaldas. ¡Magnífico! ¡qué faldones!. A ver de frente. ¡qué pechera! Alce usted el brazo: muy bien. ¡Cómo se conoce la tijera de Rouget! De mis encajes nada tengo que decir. ¡qué saldrá de esta casa que no sea la bondad misma! Póngase usted el sombrero a ver qué tal cae.
Benito Pérez Galdós
El gran friso narrativo de los Episodios Nacionales sirvió de vehículo a Benito Pérez Galdós (1843-1920) para recrear en él, novelescamente engarzada, la totalidad de la compleja vida de los españoles
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