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Era una noche tranquila para el Tívoli. Ante la barra del mostrador alineábanse media docena de hombres: dos discutían con aire deprimido e intervalos de moroso silencio los méritos y ventajas del té de abeto y del zumo de lima en los casos de escorbuto. Los restantes apenas les escuchaban. En hilera, junto a la pared opuesta, se hallaban las mesas de juego. La mesa de dados estaba desierta. En la de faraón, jugaba un solo hombre. La ruleta no giraba, no tenía público, y el encargado de los juegos charlaba junto a la estufa con una joven de ojos negros, linda de cara y conocida de Juneau a Fort Yukon por el nombre de la 'Virgen'. Tres individuos jugaban al póker sin entusiasmo ni mirones. En el centro de la sala de baile, tres parejas valsaban lánguidamente al compás de un violín y un piano. No obstante, Circle City no estaba desierta ni carecía de dinero. Los mineros de Moosehide Creek y otras minas del Oeste habían llegado; el verano había sido fructífero y las bolsas estaban repletas de oro en polvo y pepitas. Aun no se había descubierto el Klondike, ni los mineros del Yukon conocían!as posibilidades que Crecían!as minas profundas y la fusión del hielo de la superficie con Hogueras de leña. No se trabajaba en invierno; invernaban en grandes campamentos como Circle City durante!a larga noche área. Se aburrían, tenían las bolsas bien provistas, y la única diversión la constituían las tabernas y casas de juego. Sin embargo, Tívoli estaba casi desierto, y la Virgen, junto a la estufa, bostezaba, diciendo a Charley Bates: - Si esto no se anima pronto, me voy a la cama. ¿Qué ocurre en el campamento? ¿Se ha muerto todo el mundo? Bates n siquiera se molestó en contestar; continuó liando taciturno un cigarrillo. Dan MacDonald, el primero que abrió una taberna y una casa de juego en el Yukon superior, propietario del Tívoli y de sus juegos, cruzó desolado la desierta sala, uniéndose ellos. -¿ Se ha muerto alguien?-le preguntó la Virgen. -Así parece-fué la respuesta.
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Aurora esplendida de Jack London
Bates n siquiera se molestó en contestar; continuó liando taciturno un cigarrillo. Dan MacDonald, el primero que abrió una taberna y una casa de juego en el Yukon superior, propietario del Tívoli y de sus juegos, cruzó desolado la desierta sala, uniéndose ellos. -¿ Se ha muerto alguien?-le preguntó la Virgen. -Así parece-fué la respuesta.
- Entonces debe haber sido todo el campamento-dijo ella, bostezando de nuevo.
MacDonald sonrió, asintiendo e iba a responder, cuando se abrió a puerta y un hombre apareció en el umbral. Una ráfaga de escarcha, convertida en vapor por el calor de la sala,!e envolvió por un instante, y extendiéndose por el suelo llegó hasta unos tres metros de la estufa donde se disipó. Tomando de un clavo, junto la puerta, una escobilla de paja, el recién llegado limpió de nieve sus mocasines y sus gruesos calcetines de lana. Habría parecido un hombre fornido, de no habérsele acercado un franco-canadiense gigantesco que le estrechó la mano. -¡Hola, Daylight! -fué su saludo. -¡Cuánto me alegro de verte! -¡Hola, Luis! ¿Cuándo llegasteis todos vosotros?-contestó el recién llegado.-Vamos al mostrador y nos contarás iodo lo que pasa en Bone Creek. ¡Choca esa mano otra vez! ¡Dónde está tu socio? Lo ando buscando.
Otro gigante se aproximó a ellos para estrechar la mano. Olaf Henderson y Luis el Francés, socios en las explotaciones de Bone Creek, eran los dos hombres más altos de la región, y aunque le llevaban tan sólo media cabeza al recién llegado, éste, al lado de ellos, quedaba por completo empequeñecido.
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