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En Antes de Adán, un muchacho del siglo veinte se convierte en sus sueños nocturnos en Colmillo Largo, un homínido del Pleistoceno, que vive en una sociedad desgarrada por feroces conflictos de convivencia entre unas poblaciones que han alcanzado distintos estadios de evolución. En sus horas de vigilia, el muchacho pone en orden los terribles episodios de su vida primitiva para dar una coherencia 'cronológica' a sus experiencias.
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Antes de Adan de Jack London
Mi función en el lavadero consistía en planchar camisas y otras prendas de vestir. Las horas que me quedaban libres las empleaba en escribir. Me esforcé mucho en compaginar ambos quehaceres. Pero era frecuente que el sueño me rindiese teniendo aún la pluma en la mano. Más tarde, me marché del lavadero para dedicar toda mi jornada a escribir. ¡Entonces volví a sentir que vivía! Por poco tiempo... Pasados tres meses de inútiles esfuerzos, hube de reconocer mi fracaso en la literatura y abandonarla. Me largué a Klondike, atraído por la noticia de unos yacimientos de oro recientemente descubiertos. A final de aquel año se declaró una epidemia de escorbuto y hube de regresar a mis lares, haciendo en un barquito mezquino la larga travesía de nada menos que casi tres mil quinientos kilómetros: pero aquélla fue la primera vez que me ocupé de ir tomando apuntes sobre las incidencias del viaje. En Klondike me había encontrado a mí mismo. Allí nadie habla: todos piensan, y el pensamiento les brinda -como me sucedió a mí- la auténtica perspectiva interior de su propio ser.
Mientras yo me encontraba en Klondike había fallecido mi padre, lo cual supuso que el peso de mi familia recayera sobre mis hombros. Para colmo, California atravesaba una época negra y no conseguí encontrar trabajo. Mientras lo buscaba en vano, escribí Río abajo, que fue rechazado. Pero antes que me comunicasen aquella decisión había escrito también otra obra de veinte mil palabras para una empresa recién establecida, que también había de rechazarla. Yo continuaba escribiendo, mientras aguardaba aquéllas que luego serían sendas malas noticias. Ignoraba lo que pudiera ser un editor o algo semejante. No conocía a nadie que hubiera publicado un escrito, por modesto que fuese. Al fin, sin embargo, me aceptaron un cuento en una revista de California, que me pagó cinco dólares.
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