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«Por lo general, no recordamos que, al fin y al cabo, siempre es la primera persona la que habla. No hablaría tanto de mí mismo si hubiera otra persona a quien conociera tan bien. Por desgracia, estoy limitado a este asunto por la pobreza de mi experiencia. Además, por mi parte, exijo de todo escritor, antes o después, un relato sencillo y sincero de su propia vida, y no sólo lo que ha oído de las vidas de otros hombres; un relato como el que enviaría a sus parientes desde una tierra lejana, porque si ha vivido sinceramente, tiene que haber sido en una tierra lejana para mí». H. D. Thoreau.El Diario de Thoreau era la materia prima de la que extraería sus textos acabados, pero es probable que a su autor le satisficiera especialmente esa huella reciente, o arte en bruto, de la que hemos extraído en su mayor parte, como si fueran gemas, los fragmentos que componen la antología de Escribir. Éstos son, literal y figuradamente, los reflejos de un esfuerzo permanente por registrar los «momentos sinceros» de su vida y su pensamiento, y forman, por así decirlo, un yacimiento de lo más precioso de cuanto Thoreau quiso decir: algo capaz de despertar en el lector la conciencia de lo que significa ser una criatura adyacente a la naturaleza y la lengua.
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Escribir Una antologia de Henry David Thoreau
Thoreau exploraba con libertad los límites de su diario, y lo hacía, como resulta obvio, por medio de la escritura, que se ha convertido así en el registro de su vida y su pensamiento. Los dos términos debían ser convergentes, y la máxima aspiración del escritor habría sido lograr una traducción de los días de su vida en las páginas manuscritas; pero una aspiración no era un método, de manera que la lucha debía comenzar de nuevo con cada entrada. Thoreau quería anticiparse a la naturaleza y no dejaba de admitir que somos seres «tardíos», desanimados «si no fuera por la facultad de la imaginación». Aunque no todas las anotaciones manifiestan esa lucha, contradicción o tensión de su escritura, resulta evidente para el lector que el autor de
Walden
, en sus momentos más ilustrativos o elocuentes (ya que, según afirma, hay «dos clases de escritura»), intentaba llevar a la práctica, con su arte de escribir, lo que Alexander Nehamas ha denominado felizmente «el arte de vivir». (Tal vez un capítulo pendiente de ese estudio, que examina los reflejos y reflexiones socráticas en las tradiciones ya existentes de la filosofía, pudiera derivarse de la lectura de las obras de Thoreau o incluso del compendio de pensamientos que aquí presentamos. Stanley Cavell sería, con esa perspectiva, quien ha considerado con mayor detalle, a la vista de la obra de Emerson y de Thoreau, lo que ha significado ser un filósofo o «heredar la filosofía» en América).
Henry David Thoreau
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Jean-Jacques Rousseau
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Epicteto
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