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Para conmemorar su muerte —dada a conocer al mundo por las emisoras de radio de la Barcelona revolucionaria (1936-1939)— se eligió un característico texto suyo de juventud (publicado por vez primera el 11 de febrero de 1917 e inédito en castellano) que, entre varias otras, tiene la virtud de no ser fácilmente pasible de manoseo pseudo-académico. Y es el siguiente: «Odio a los indiferentes». Vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son bellaquería, no vida. Por eso odio a los indiferentes. «La indiferencia es el peso muerto de la historia. La indiferencia opera potentemente en la historia. Opera pasivamente, pero opera».Es la fatalidad; aquello con que no se puede contar. Tuerce programas, y arruina los planes mejor concebidos. Es la materia bruta desbaratadora de la inteligencia. Lo que sucede, el mal que se abate sobre todos, acontece porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, permite la promulgación de leyes, que sólo la revuelta podrá derogar; consiente el acceso al poder de hombres, que sólo un amotinamiento conseguirá luego derrocar. La masa ignora por despreocupación; y entonces parece cosa de la fatalidad que todo y a todos atropella: al que consiente, lo mismo que al que disiente, al que sabía, lo mismo que al que no sabía, al activo, lo mismo que al indiferente. Algunos lloriquean piadosamente, otros blasfeman obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: ¿si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, habría pasado lo que ha pasado? «Odio a los indiferentes» también por esto: porque fastidia su lloriqueo de eternos inocentes.Pedir cuentas a cada uno de ellos: cómo han acometido la tarea que la vida les ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han hecho. Existe el derecho de ser inexorable y en la obligación de no derrochar piedad, de no compartir con ellos lágrimas. «Soy partidista, estoy vivo, siento ya en la consciencia de los de mi parte el pulso de la actividad de la ciudad futura que los de mi parte están construyendo. Y en ella, la cadena social no gravita sobre unos pocos; nada de cuanto en ella sucede es por acaso, ni producto de la fatalidad, sino obra inteligente de los ciudadanos. Nadie en ella está mirando desde la ventana el sacrificio y la sangría de los pocos. Vivo, soy partidista. Por eso odio a quien no toma partido, odio a los indiferentes».«Odio a los indiferentes» es un texto de juventud de Gramsci que cobra hoy más sentido que nunca. Éste abre una recopilación de artículos y discursos de Gramsci que devienen testimonio perdurable e inspirador de la lucha contra fenómenos como la apatía o la sumisión a poderes establecidos que coartan la libertad del ciudadano. En esta antología hay críticas a la intolerancia y al arte del fingimiento en la política, respuestas en contra de algunos prejuicios atribuidos a la izquierda como su aversión a la institución familiar, proclamas a favor de la independencia judicial y quejas contra la inacción de los gobernantes. Textos brillantes e imperecederos que ponen de manifiesto la altura intelectual del que fue uno de los más originales y brillantes pensadores del siglo XX.
Odio a los indiferentes de Antonio Gramsci
El título completo del libro de Antonio Gramsci es "Sulla guerra di classe" (en español, "Sobre la guerra de clases"), y no "Odio a los indiferentes".
"Sulla guerra di classe" es un ensayo político escrito por Gramsci en 1929-1930, mientras se encontraba en prisión fascista en Italia. En él, Gramsci analiza la relación entre el capitalismo y la sociedad, y cómo la lucha de clases se desarrolla en la sociedad contemporánea.
En el libro, Gramsci argumenta que la lucha de clases no es solo una lucha entre trabajadores y capitalistas, sino que también involucra a otros actores sociales, como los intelectuales y los políticos. Además, sostiene que la lucha de clases no es una lucha de individuos, sino que es una lucha de grupos y clases sociales.
Es la fatalidad; aquello con que no se puede contar. Tuerce programas, y arruina los planes mejor concebidos. Es la materia bruta desbaratadora de la inteligencia. Lo que sucede, el mal que se abate sobre todos, acontece porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, permite la promulgación de leyes, que sólo la revuelta podrá derogar; consiente el acceso al poder de hombres, que sólo un amotinamiento conseguirá luego derrocar. La masa ignora por despreocupación; y entonces parece cosa de la fatalidad que todo y a todos atropella: al que consiente, lo mismo que al que disiente, al que sabía, lo mismo que al que no sabía, al activo, lo mismo que al indiferente. Algunos lloriquean piadosamente, otros blasfeman obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: ¿si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, habría pasado lo que ha pasado? «Odio a los indiferentes» también por esto: porque fastidia su lloriqueo de eternos inocentes.
Pedir cuentas a cada uno de ellos: cómo han acometido la tarea que la vida les ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han hecho. Existe el derecho de ser inexorable y en la obligación de no derrochar piedad, de no compartir con ellos lágrimas. «
Soy partidista, estoy vivo, siento ya en la consciencia de los de mi parte el pulso de la actividad de la ciudad futura que los de mi parte están construyendo. Y en ella, la cadena social no gravita sobre unos pocos; nada de cuanto en ella sucede es por acaso, ni producto de la fatalidad, sino obra inteligente de los ciudadanos. Nadie en ella está mirando desde la ventana el sacrificio y la sangría de los pocos. Vivo, soy partidista.
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