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Acerca del alma se enmarca en el grupo de obras aristotélicas dedicadas a la naturaleza orgánica y a los seres vivos. Aristóteles entiende el alma como principio de vida, lo cual explica que este estudio combine cuestiones de psicología y de fisiología: percepción, memoria, sueños y vigilia, respiración, movimiento. Se trata, sin duda, de una concepción naturalista muy distinta de las espiritualistas propias del platonismo y el cristianismo, sin connotaciones religiosas y apegada a las ciencias particulares. Define el alma como principio vital o animador, que subyace a todas las funciones manifiestas, desde la reproducción hasta la actividad intelectual. Por eso, aunque este tratado no instituye un dualismo ni separa el alma del cuerpo, tampoco desustantiviza el alma, que se mantiene irreductible tanto como potencia o posibilidad de vida como acto vital efectivo. La riqueza de Acerca del alma ha alimentado multitud de corrientes vitalistas hasta nuestros días. Ha ejercido una gran influencia tanto en psicología (por su teoría de las facultades) como en teoría del conocimiento.
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Acerca del alma de Aristoteles
La síntesis en español del libro "Sobre el alma" de Aristóteles es:
"Sobre el alma" es una obra filosófica del griego Aristóteles en la que se examina la naturaleza del alma y su relación con el cuerpo. Aristóteles argumenta que el alma es una entidad separada del cuerpo y que tiene la capacidad de pensar, sentir y actuar. Además, distingue entre el alma racional y el alma sensitiva, y explora la relación entre el alma y la moralidad.
En este libro, Aristóteles también aborda cuestiones como la inmortalidad del alma, la reencarnación y la idea de que el alma es una entidad eterna que sobrevive a la muerte del cuerpo.
Tras este necesario recorrido a través de la teoría aristotélica de la entidad, volvamos ahora a las dos cuestiones que Aristóteles considera fundamentales acerca del alma: ¿es el alma
entidad o,
por el contrario, es una determinación accidental del viviente?; ¿es acto, entelequia o más bien ha de ser considerada como una potencia, como una capacidad de los organismos vivos? La respuesta a ambas preguntas -ampliamente elaborada en el l. II del tratado
Acerca del alma
- viene dada por cuanto hemos expuesto anteriormente. Aristóteles establece y afirma repetidas veces que el alma es esencia (
tò tí ên eînai),
forma específica
(eîdos)
y entidad
(ousía)
del viviente. Sus ideas al respecto aparecen expresadas con concisión en las siguientes palabras: «Queda expuesto, por tanto, de manera general, qué es el alma, a saber, la entidad definitoria
(ousía katá lógon)
esto es, la esencia de tal tipo de cuerpo»
(II I, 412b9). Al ser forma específica del viviente, el alma constituye también su fin inmanente y, por tanto, su actualización o entelequia: «luego el alma es necesariamente entidad en cuanto forma específica de un cuerpo natural que en potencia tiene vida. Ahora bien, la entidad es entelequia, luego el alma es entelequia de tal cuerpo»
(ib.
412a 20-23).
La coherencia de la explicación aristotélica se basa en la afirmación fundamental de que el alma es el eîdos
la forma específica del viviente: precisamente por serlo, es también su entidad y entelequia. Ahora bien, ¿qué implicaciones tiene esta fundamental afirmación de que el alma es la forma específica del viviente? Más arriba hemos señalado que la forma específica es el conjunto de las funciones que corresponden a una entidad natural: por tanto, la forma específica de un viviente serán las actividades o funciones vitales (alimentarse, reproducirse, etc.) que en su conjunto suelen denominarse «vida». La teoría aristotélica parece favorecer de este modo la identificación del alma con la vida. Si esto es así, ¿no queda el alma desprovista de sustancialidad, de existencia y realidad autónomas?; ¿no se trataría, en definitiva, de una manera discreta de eliminar el alma manteniendo -eso sí- la palabra «alma» como un mero sinónimo de la palabra «vida»? La identificación del alma con la vida, la sinonimización de ambos términos, se insinúa en nuestro tratado como una posible consecuencia interna del planteamiento mismo aristotélico. Nos limitaremos a llamar la atención del lector sobre dos pasajes cruciales al respecto. El primero de ellos dice lo siguiente: «entre los cuerpos naturales los hay que tienen vida y los hay que no la tienen (y solemos llamar vida a la autoalimentación, al crecimiento y al envejecimiento). De donde resulta que todo cuerpo natural que participa de la vida es entidad, pero entidad en el sentido de entidad compuesta. Y puesto que se trata de un cuerpo de tal tipo -a saber, que tiene vida- no es posible que el cuerpo sea el alma»
(ib.
412a 12-17). Repárese en las líneas que hemos subrayado: en la premisa se establece que el viviente es compuesto a través del sistema «cuerpo/vida» (el viviente es un cuerpo que tiene vida) mientras que en la conclusión este sistema se sustituye por el otro de «cuerpo/alma» (es decir, el viviente es un cuerpo que tiene alma: el alma no es el cuerpo)
. El segundo de los textos que aduciremos corresponde a la célebre y conocida definición aristotélica del alma: «luego el alma es la entelequia primera de un cuerpo que en potencia tiene vida»
(ib.,
412a 27-28). De acuerdo con el sistema aristotélico, acto o entelequia es siempre y en cada caso el cumplimiento adecuado de la potencia que viene a actualizar. Por tanto, el acto o entelequia de un cuerpo que en potencia tiene vida ha de ser precisamente la vida y no cualquier otra cosa. No obstante, Aristóteles nos ofrece el alma en su lugar. Como en el caso anterior, la coherencia interna del texto parecería exigir la identificación de alma
(psyché)
y vida
(zoé).
La desustancialización del alma es, pues, una poderosa posibilidad interna de la teoría aristotélica acerca del viviente. Esta desustancialización del alma podía tener lugar de dos modos diferentes. En efecto, al situarse el alma entre el cuerpo y la vida y al intentar conceptualizarla desde la teoría de potencia y acto, no sólo cabía la posibilidad de reducir el alma al acto identificándola con la vida, sino que cabía también la posibilidad de reducirla a la potencia identificándola con la capacidad del organismo para vivir. Esta última posibilidad -de la cual existen también indicios en nuestro tratado
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