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La gran historia naval, la más gigantesca librada en el mundo, no tuvo ninguna eficacia, a causa de los secretos designios de Felipe II, que no quería que Venecia reconquistase su antiguo poderío y su pasado esplendor. Los aliados, en vez de aprovecharse del terror de los musulmanes y de la destrucción de su soberbia flota para correr a la reconquista de Chipre y a la liberación de Candía, se enfrascaron en mezquinas rivalidades, y se volvieron, no obstante los esfuerzos desesperados de Sebastián Veniero, sin haber intentado nada. La desgraciada República hallóse, pues, otra vez sola para pelear contra el turco.
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El hijo del Leon de Damasco de Emilio Salgari
El título completo del libro "El hijo del León de Damasco" de Emilio Salgari es "El hijo del león de Damasco: aventuras y emociones en el mundo árabe".
En español, la síntesis del libro podría ser la siguiente:
"El hijo del León de Damasco" es una novela de aventuras escrita por Emilio Salgari, publicada originalmente en 1911. La historia sigue a un joven llamado Yusuf, que nació en Damasco y es el hijo de un león valiente y poderoso. Después de la muerte de su padre, Yusuf se encuentra con una serie de desafíos y peligros en su búsqueda de justicia y protección para su comunidad.
A lo largo del libro, Yusuf se encuentra con una variedad de personajes interesantes, incluyendo a un viejo sabio que le enseña a luchar y a un grupo de mujeres valientes que lo ayudan en su misión.
-¿Qué te parece, señora? -arguyó Metiub, con un ligero tono de ironía en la voz. -Al parecer no produce el menor efecto la bandera de Alí-Bajá en las gentes del bajá de Damasco.
-Es que las manda el padre del altivo León -repuso Haradja, rechinando los dientes. -¡Fuego!. ¡Barre el puente de la galeota, y en cuanto los hayamos desarbolado., al abordaje!. Hace cuatro años que estoy esperando la hora de mi venganza. Haz arder su cubierta, puesto que el bajá no asoma por ninguna parte.
-¡Eh! ¡Bordada de proa! -ordenó el capitán de armas. -Pólvora gruesa. Hay que barrer la cubierta de la galeota.
Una veintena de hombres se lanzaron al castillo de proa, donde había colocadas seis culebrinas de diversos calibres y empezaron a cañonear la galeota, organizando un infernal estruendo.
La nave fugitiva se limitó al principio a subir y bajar la enseña del bajá, pero observando que los proyectiles no dejaban de caer y que varios de ellos se abatían sobre el puente, empezaron también a disparar, y bastante enérgicamente, con sus cuatro culebrinas de popa.
-¡Vaya! ¡Los lobeznos de Asia! -barbotó Metiub, al escuchar el silbido de los proyectiles. -¿Desean enseñarnos los colmillos a nosotros, los Tigres del Norte? ¡Música, artilleros!.
Y, volviéndose hacia la escotilla central, inclinó otra vez la cabeza para gritar:
-¡Más latigazos, maestres! Es preciso alcanzar la galeota para tomarla al abordaje.
La galeota acreció su velocidad a costa de las desnudas espaldas de los galeotes, quienes aullaban de dolor. Los desdichados, encadenados a los bancos y condenados a morir a tiros o ahogados si hundían la nave, no remaban con premura, sino forzados por los golpes que se abatían sobre ellos por todas partes.
También la galeota, aunque el número de sus remeros era menor, realizaba perceptibles esfuerzos por conservar la distancia, que por desgracia disminuía paulatinamente, y respondió con vigor a los de la galera, descargando con tino sus cuatro culebrinas de popa.
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