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La Historia del Almirante fue escrita por Hernando Colón entre los años 1537 y 1539. Pese a las críticas que la han rodeado y el apasionamiento que envuelve todo lo relacionado con Cristóbal Colón o sus adversarios, lo cierto es que sigue siendo una valiosa fuente de conocimiento, tanto para la historia de los descubrimientos colombinos como para los primeros asentamientos españoles en el Nuevo Mundo. Para su elaboración, el hijo menor del Almirante utilizó material de primera mano procedente del descubridor y de otros protagonistas de aquella primera hora americana. Algunos documentos, hoy perdidos, nos han llegado a través de esta obra como, por ejemplo, la famosa Relación del ermitaño fray Ramón Pane, auténtico tesoro sobre la mitología, creencias y costumbres de la población indígena antillana. La Historia del Almirante fue escrita con el objetivo de enaltecer la figura y obra del descubridor de América. En tal sentido, alcanza relieve excepcional todo lo relativo a viajes y descubrimientos colombinos. Es ahí donde la pluma hernandina brilla más y mejor. Entreteje unos relatos —sobre todo el del cuarto viaje— bastante completos, aunque olvide transmitirnos ciertos comportamientos paternos dudosos y criticables. Hernando tuvo en todo momento los diarios de a bordo y relaciones de su padre, aportación que, debidamente expurgada, siempre deberá reconocer el historiador. Ni qué decir tiene que cualquier lector que se acerque a esta obra deberá hacerlo con enorme cautela y sentido crítico. Habrá de recordar siempre que si la obra cuenta mucho, también mucho es lo que calla, especialmente en lo que se refiere a los datos biográficos de Cristóbal Colón en su etapa anterior a 1492.
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Historia del Almirante de Fernando Colon
Fueron siempre, magnífico Señor mío, tenidos en grandísima estima todos aquellos que fueron descubridores de alguna cosa provechosa; y a tal aprecio subieron entre los antiguas, que, no contentándose con darles alabanza humana, los contaron entre los dioses. De allí, Saturno, Jove, Marte, Apolo, Esculapio, Baco, Hércules, Mercurio, Palas y Ceres; y de allí, en suma, todos los dioses gentílicos de que están llenos los escritos antiguos. No me parece que hicieron esto sin alguna razón verosímil, porque no teniendo luz de la verdadera religión, adoraban a los hombres de quienes habían recibido algún beneficio notable. Ni puede mejor, a juicio de los sabios, mostrar el hombre señal de gratitud a aquel de quien ha recibido un provecho tal que no puede remunerarse con dones comunes, sino con honrarlo, pues solamente se honran las cosas divinas o que tienen resplandor de divinidad. Y, ¿qué mayor señal puede dar el hombre de su divinidad, que con descubrir cosas de utilidad para otro hombre? Y es hecho cierto que todo inventor de cosas útiles es sumamente amado por Dios, siendo éste sólo el verdadero dador de todos los bienes; el cual, muchas veces, por medio de un solo hombre, se digna manifestar cosas rarísimas y escondidas por muchos siglos; como en nuestro tiempo ha sucedido con el Nuevo Mundo, de los demás ignorado, o, si lo conocieron, la memoria de esto se perdió en tal manera, que todo aquello que se contaba era tenido por fabuloso; y ahora, por medio del ilustre D. Cristóbal Colón, hombre verdaderamente divino, le ha placido manifestarlo. Por lo cual, de esto cabe deducir primeramente, que este varón singularísimo, fue muy grato al eterno Dios, y, por tanto, se puede afirmar que si hubiese vivido en la Edad Antigua, no solamente los hombres, por tan magna obra, le habrían contado y puesto en el número de los dioses, más aún le hubiesen hecho el príncipe de éstos. Y es cosa cierta que no puede esta época honrarlo tanto que no sea digno de mayor honra. Y es digno de grandísima alabanza quien se consagra a la inmortalidad de un hombre tan esclarecido, verdaderamente digno de vivir en la memoria de los hombres mientras dura el mundo; como se ve que ha hecho vuestra señoría, que con tanta diligencia ha procurado que salga a luz la vida de tan egregia persona, escrita, ha tiempo, por el ilustre D. Hernando Colombo, segundo hijo del mencionado D. Cristóbal, Cosmógrafo mayor del invictísimo Carlos V. Fue D.
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