La isla del tesoro

Fragmento del libro

Arrastrándose en grupo sobre las mesetas de roca, o dejándose caer en el mar con gran estruendo, vi unos monstruos enormes y viscosos, una especie de babosas de increíble tamaño, dos o tres veintenas de ellos en total, que hacían resonar las peñas con sus ladridos.

Luego he sabido que se trataba de leones marinos [.].

Son los famosos leones marinos que Stevenson admiró en su visita a la península de Monterey, frente a la neblinosa costa del norte de California, un par de años antes

. Las probabilidades de ver un león marino en una isla del mar de las Antillas serían las mismas que las de encontrarse un oso polar. Tampoco es probable ver allí una serpiente de cascabel de la costa del Pacífico, ni los característicos robles de Virginia que crecen en el oeste de Estados Unidos. A la isla del tesoro se podría llegar, pues, zarpando tanto de la costa atlántica como de la costa pacífica de Norteamérica. Stevenson suponía -con cierta razón- que los jóvenes no se calentaban sus tiernas cabezas con esos detalles geográficos.