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La madre de Mashenka ha muerto. Hace algún tiempo había sucedido lo mismo con su padre, de suerte que ha quedado sola, encargada de Sonia –su hermana menor- y apenas guiada por Katia, la institutriz. Mashenka tiene 17 años y debido a este triste panorama se muestra circunspecta y sin expectativas. Pero he aquí que un día cualquiera visita su casa Serguei Mijailovic, un antiguo amigo de su padre, a la sazón, encargado de algunos de los asuntos legales de la familia. Ella lo recuerda con agrado, aunque han pasado más de seis años desde la última vez en que se vieron. Será él, con su humor e inteligencia, el que saque a la muchacha de su retraimiento y la inste a continuar con su vida.
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Katia de Tolstoi
-Entonces Katia no me ha contado lo más importante -repuso Sergio Mikailovitch sonriendo, meneando la cabeza y mirándome con aire de reproche.
-¿Y qué iba a contar? -repliqué-¿Que me aburría mucho? Pero eso ya pasará. -Y efectivamente, entonces pensaba que no sólo desaparecería mi aburrimiento, sino que era ya cosa hecha y que no volvería más.
-No está bien esto de no saber soportar la soledad. ¿Es posible que sea usted efectivamente una señorita?
-Pues claro que sí -respondí, echándome a reír.
-No, no; a lo sumo una maligna se- ñorita que no vive sitio para ser admirada, y que en cuanto se siente aislada, se relaja y ya no encuentra nada bien; todo para ex se, nada para ella.
-¡Pues sí que se ha formado usted bonita opinión de mí! -aduje, por decir algo.
-No -repuso Sergio Mikailovitch, pasado un momento de silencio-, porque no en vano se parece usted a su padre;
¡hay algo en usted...!
Y su buena y atenta mirada ejerció de nuevo su encanto sobre mí, causándome singular turbación.
Me di cuenta sólo en aquel momento, de que a través de aquél rostro que a primera vista parecía alegre, tras aquella mirada que no pertenecía sino a él, y donde sólo se creía leer la serenidad, traslucíase más y más vivamente, un fondo de gran reflexión y cierta tristeza.
-No debe ni puede aburrirse -dijo poco después-; tiene usted la música, que sabe comprender, los libros, el estudio. Tiene, además, toda una vida por delante, y ahora es el momento más propio para prepararse con objeto de no tener luego de qué lamentarse. Dentro de un año, será ya demasiado tarde para reaccionar.
Me hablaba como un padre o un tío, y comprendí que hacía un esfuerzo continuo para mantenerse siempre a mi nivel. Me ofendió un poco que me creyera inferior, y por otra parte, me resultaba agradable que, para mí, se creyera obligado a tal esfuerzo.
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