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Nueve años después de Cuentos contados dos veces, en 1846, Nathaniel Hawthorne publicó esta segunda colección de relatos, lograda expresión de una poderosa imaginación poética que cautivó a sus contemporáneos y estableció de manera definitiva el reconocimiento unánime de su genio. En los veintiséis relatos alegóricos, fantásticos e históricos que forman Musgos de una vieja casa parroquial, Hawthorne ahonda en esa exploración oscura y compleja del mal, la conciencia moral y el pecado que, a ojos de Edgar Allan Poe, le condujeron a las más altas esferas del arte. Henry James dijo de Hawthorne que fue capaz de «transmutar la pesada carga moral del puritanismo en la substancia misma de su imaginación; evaporarla en los ligeros y delicados vahos de la creación artística».
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Musgos de una vieja casa parroquial de Nathaniel Hawthorne
Con estas hierbas ociosas y pimpollos medio mustios he entremezclado cosas escritas hace ya tiempo; cosas viejas, agostadas, que me recuerdan a esas flores que un día se guardaron dentro de un libro y ahora ofrecen su aroma a quien guste de aspirarlo. Pienso, y lo pienso de veras, que estos esbozos impulsivos, estas fruslerías que tan poca vida externa tienen, y que no reivindican profundidad de propósito -tan reservados aunque a veces parezcan tan francos, a menudo a medias sinceros y nunca expresivos, ni siquiera cuando más, de los pensamientos que afirman reflejar- no proveen de bases sólidas para una reputación literaria. De todos modos, el público -si cabe llamar público al limitado número de lectores que yo me arriesgo a considerar más bien un círculo de amigos- los recibirá tanto más bondadosamente como última colección de esta naturaleza que me propongo publicar alguna vez. A menos que pueda hacerlo mejor, de esto ya he hecho suficiente. Para mí el libro siempre tendrá el encanto de recordarme el río, con sus soledades deliciosas, y la avenida, el jardín y el huerto, y sobre todo la vieja y querida casa parroquial, con su pequeño estudio en el ala oeste y el sol cabrilleando en la copa del sauce mientras yo escribía.
Que ahora el lector, si le place honrarme, se imagine mi huésped y, después de haber visto lo que crea digno de nota dentro de la casa y alrededor de ella, se deje conducir al fin a mi estudio. Allí, después de sentarlo en una antigua butaca, herencia de la casa, tomaré una pila de manuscritos y solicitaré su atención para los cuentos siguientes. Falta de hospitalidad ésta, sin embargo, que nunca infligí ni infligiré ni a mi peor enemigo.
Nathaniel Hawthorne
Relatos breves conectados entre sí mediante un elemento fantasioso muy curioso: una vieja silla, que aparece siempre en todas las escenas históricas que son descritas a lo largo de la narración.
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