El Príncipe Siderico

Fragmento del libro

El ruiseñor, que había presenciado la escena, cantó en trinos que querían decir:

-¡Bravo! Siderico, desnúdate y baña tu cuerpo en la sangre del dragón, y así serás invulnerable.

Siderico, siguiendo el consejo del ruiseñor, se bañó en la sangre, y notó que le nació en todo el cuerpo una especie de fina escama que le preservaría del filo más agudo y cortante de cualquier espada o lanza. Volvióse a vestir, y su primer cuidado fue dar gracias a Dios por haberle salvado de aquel peligro.

Concluido el trabajo de carbonero, cargó el saco, y con las cabezas, al anochecer se presentó en la fragua, donde todos los operarios quedaron admirados al ver llegar al joven, a quien suponían víctima del dragón.

Como el tiempo del compromiso del joven y el armero había concluido, se despidió de su maestro y se puso a andar sin dirección fija. El ruiseñor que le seguía le dijo:

-Siderico, sigue delante y llega al Castillo del Buck; allí está prisionera tu madre, que es la Condesa Emenegarda de Dijón: ella te reconocerá cuando la libertes, por una señal que tienes en el cuello.

Anduvo Siderico sin parar quince días, hasta llegar al Castillo; y viendo al Conde que se paseaba por una alameda próxima, se llegó a él y le dijo:

-Entrégame a mi madre la Condesa Emenegarda o de lo contrario tienes que batirte conmigo.