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Viva mi dueño constituye la segunda parte de la trilogía El ruedo ibérico, en la que Don Ramón del Valle-Inclán aborda la agitada situación española en los meses de febrero a agosto de 1868, con una reina Isabel II sometida a las presiones del Ejército y de la Iglesia y condicionada por la cambiante influencia de los palaciegos. Toda esa compleja trama, que complican las ambiciones de los partidos, se convierte por obra y gracia del arte de Valle-Inclán en un espectáculo fascinante. Ante los ojos del lector desfilan personajes grotescos y acciones esperpénticas, pero por encima de todo ello emerge la concepción histórica del autor, que no oculta su simpatía por los desesperados y marginados.
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Viva mi dueno de Ramon Maria del ValleInclan
-El Gobierno no debe precipitarse con riesgo de darle al suceso más importancia de la que en sí tiene. Don Nicolás María Rivero pudo haber concurrido a esos lugares de la alegría popular, por expansionarse, sin ánimos de zaragata política. ¡Mera y generosa pasión báquica, como el cochero de mi querido colega Don Martín Belda!
El Presidente del Consejo puso una nueva pajarita sobre la cartera del Señor Coronado. Se le saltaba al docto vejete la dentadura postiza, pareciéndole que el obsequio no venía sin ánimo de picarle. El Señor Coronado era muy comedido, y se contuvo de dar un papirotazo en la cartera y meter todas las pajaritas en vuelo. Pero aquella broma le sulfuraba: Así era su lamento en el locutorio de las Madres de Jesús:
-¡Juzgaba hombre de más seriedad al Señor González Bravo!
Rivero y Becerra, con trancas de nudos, calañés y capa, conspiraban por las tabernas de los Barrios Bajos. Era la voz popular entre Antón Martín y las Peñuelas. Ninguno los había visto, pero todos tenían un compadre de mucha verdad, que lo aseguraba. Rondas de la secreta los buscaban, todas las noches, por los cafetines y tabernas que frecuentaba la gente del bronce, pero no daban con ellos, y, como sombras duendes, se les iban de las manos: Donde preguntaban oían la misma relación alusiva a dos puntos que acababan de irse. ¡Dos puntos de calañés, capa y basto! La ronda secreta se convidaba a un chato en el mostrador, deseaba salud y tomaba soleta, atropellando al invariable curda que mea el vino en la acera:
-¡Viva Prim!
-¡Dale un mamporro!
-¡Aquéllos son!
Una carrera. Otra taberna, y hasta el alba con el cuento de la buena pipa, la ronda secreta.
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