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Adrian Ross (1859-1933), catedrático de Cambridge, se dedicó principalmente a escribir libretos de ópera y a producir espectáculos musicales y satíricos. A pesar de ser su única obra de ficción, El agujero del infierno, publicada en 1914, está considerada por los aficionados y especialistas como una de las obras cumbres de la literatura de «terror sobrenatural» (género que ha dado nombres tan destacados como Hodgson, Machen y Lovecraft), y es precisamente el hecho de ser autor de una sola obra de terror lo que explica que haya permanecido oculta para el gran público hasta que Ramsey Campbell la rescató del olvido. Aunque la obra está dedicada a su colega y amigo M.R. James, es más fácil asociarla con las atmósferas opresivas y angustiosas que acechan en las zonas oscuras de la realidad, tan características de Hodgson o H.P. Lovecraft, que con las eruditas excentricidades del gran maestro de la «ghost story». Ambientada en la Inglaterra dividida por las guerras religiosas del siglo XVII, la acción nos traslada hasta el siniestro castillo del señor de Deeping Hold —situado en una zona de marismas donde se abre un agujero que la superstición popular conecta con el infierno—, en cuyo interior los protagonistas de este drama tenebroso quedan aislados por el avance de un «ente» indefinido y abominable…
El agujero del Infierno, de Adrian Ross
El título "El agujero del Infierno" es una obra de Adrian Ross, y su sinopsis en español es la siguiente:
"El Agujero del Infierno" es una novela de ciencia ficción que se desarrolla en un futuro no muy lejano, en el que la humanidad ha colonizado otros planetas y lunas del sistema solar. La historia sigue a un grupo de aventureros que descubren un agujero en el espacio que les permite acceder a un mundo desconocido y lleno de peligros.
La novela explora temas como la exploración espacial, la tecnología avanzada y los límites de la humanidad en el universo. Ross combina elementos de aventura, ciencia ficción y fantasía para crear una historia emocionante y llena de suspense que mantiene al lector en vilo hasta el final.
Sabía que no era una amenaza vana. Los modos empleados en las guerras de Alemania eran sobradamente conocidos para todos, y Milord de Deeping había aprendido en ellas sus artes guerreras y casi aventajaba a sus maestros. Sin embargo, no me gustaba el asunto, pues era consciente de que mi primo no temía a Dios ni respetaba al ser humano: su propia vida significaba poco para él y la de los demás aún menos. Pero sabía que estaba orgulloso de su título y su patrimonio, de los cuales yo era heredero por ser el pariente consanguíneo más próximo, aunque no los haya aceptado por las razones que esta historia mostrará. Permanecí sentado en silencio reflexionando, mientras Maese Pentry fijaba sus grandes ojos sobre algo fuera de mi alcance. Al cabo de un rato, al ver que yo seguía dubitativo, se puso en pie y, cogiendo la gran Biblia que había en el escritorio junto a la ventana, la dejó caer ante mí con un golpe seco parecido al disparo de un mosquete.
-Abrid el Libro, Hubert Leyton -me espetó-: y el Señor os mostrará qué debéis hacer.
Siempre he creído poco en la adivinación a partir de las Escrituras, a la manera de los paganos y sus interpretaciones de Virgilio, aunque sin duda hay muchas profecías muy apropiadas citadas por ambas fuentes, como la del difunto Rey Carlos. Pero Maese Eldad me conmovió, no sabría decir por qué, y tras sus palabras abrí el Libro al azar y mi vista fue a posarse en el versículo nueve del primer capítulo del
Libro de Josué
, que aquel hombre y yo leímos juntos:
«¿No te mando yo? Esfuérzate, pues, y ten valor; nada te asuste, nada temas.».
-Eso es para vos -dijo Maese Eldad con severidad-; ahora leamos lo que es para mí.
Pasó las pesadas hojas y sus ojos y los míos fueron a parar a un versículo de las
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