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Milne es el afortunado autor de un clásico de la literatura infantil: Winnie the Pooh. Posiblemente deba a ello la frescura de esta novela policíaca, única que escribió para entretenimiento de su padre, que era un gran aficionado al género. La pareja de investigadores está formada por dos animosos y divertidos jóvenes amigos que remedan a Holmes y Watson (aunque su aire es más de aventureros que de pareja detectivesca, lo que no es impropio del autor de Winnie) en la investigación de un crimen que, una vez más, se plantea como problema de habitación cerrada. Aquí no hay un nudo de sospechosos sino el seguimiento de una pista que, poco a poco, va dibujando un crimen extraordinario que se desvela por sus pasos, en línea recta y sin perder un ápice de interés por ello. Hay fantasmas, pasadizos, apariciones, lagos misteriosos, puertas secretas, genuina investigación… y todo ello en una espléndida mansión campestre con sus correspondiente invitados. La excelente escritura y la sabiduría narrativa del autor se despliega por la Casa Roja y sus alrededores con excelentes descripciones y un hábil y sugestivo manejo de personajes, amén de una intriga con situaciones nada convencionales.
El misterio de la Casa Roja, de A. A. Milne
Cayley reanudó su lectura.
El Templo era un pabellón de ladrillos situado en el jardín, a trescientas yardas detrás de la casa. Marc meditaba allí a menudo antes de aislarse en su "escritorio" para anotar sus pensamientos, pensamientos que no debían ser de un valor extraordinario; con más frecuencia eran expresados oralmente en la mesa que consignados en un papel, y con más frecuencia destinados a permanecer inéditos que a gozar de los honores de la publicidad. Contrariaba al dueño de la Casa Roja que los visitantes irrumpieran con desenvoltura en el Templo, como si lo hubiese hecho construir para que sirviera de refugio en los flirteos o para salón de fumar. Le ocurrió un día presentarse allí en el momento en que dos de sus huéspedes acababan de iniciar un partido de pelota. Marc se había limitado a preguntarles, en un tono que no era habitual en él, si no podrían hallar otro sitio para sus juegos. No agregó una palabra de reproche, pero los delincuentes nunca volvieron a ser invitados a la Casa Roja.
Audrey fue lentamente hasta el Templo, miró al interior y regresó sin mucha prisa. Trabajo perdido. Quizá el patrón estuviera arriba, en su cuarto. El pensamiento de la camarera se movía con mayor rapidez que sus piernas. "No lo bastante bien vestido como para introducirlo en el salón..." "Vaya, tía, ¿admitirías en tu salón a alguien que llegara con un pañuelo rojo en torno del cuello, enormes zapatos polvorientos y...? ¡Oigan! , alguien está cazando conejos... Nada le agrada tanto a mi buena tía como un conejito sazonado con cebollas... ¡Qué calor! De seguro que no desdeñaría ella una taza de té... Es muy probable que el señor Robert no pase la noche aquí... No ha traído equipaje. Desde luego, el señor Marc podría facilitarle lo necesario, porque tiene ropa como para seis... En cualquier parte lo habría reconocido como el hermano del señor Marc".