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De vida solitaria, bohemia, azarosa y, en ocasiones, trágica, Thomas De Quincey (1785-1859) colaboró en varias revistas de la época, entre ellas el London Magazine, en cuyos números de octubre y noviembre de 1821 aparecieron sus Confesiones de un inglés comedor de opio. El enorme éxito de esas entregas facilitó su publicación en forma de libro un año más tarde (edición con la que se corresponde la presente edición y que es considerada superior a la impresa en 1856). La obra refleja la actitud ambivalente del escritor hacia el opio, cadena inexorable, llave del paraíso, sustancia que comenzó a utilizar en 1804 a fin de aliviar unos fuertes dolores y de cuyos efectos nunca lograría prescindir por completo.
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Confesiones de un ingles comedor de opio de Thomas De Quincey
El triunfo de la disciplina puede alegarse con justicia para contrarrestar cualquier desfallecimiento de la voluntad. Esto para no recalcar que, en mi caso, el triunfo fue indiscutible y, en cambio, el desfallecimiento sujeto a dudas de casuística, en la medida en que se amplíe el término para abarcar actos destinados exclusivamente a aliviar el dolor o bien se reduzca su alcance a fines tales como la producción de un placer positivo.
Por lo tanto, no reconozco mi culpa: y aunque lo hiciera, es probable que acabara por resolverme a este acto de confesión, en vista del servicio que con él puedo prestar a toda clase de comedores de opio. ¿Quiénes son? Lector, siento decirte que forman una clase en verdad muy numerosa. De esto quedé convencido hace algunos años al calcular, en una pequeña clase de la sociedad inglesa (la clase de hombres distinguidos por su talento o por su situación eminente), el número de personas de quienes sabía, directa o indirectamente, que eran comedores de opio, tales por ejemplo el elocuente y bondadoso William Wilberforce, el desaparecido Deán de Carlisle, Dr. Isaac Milner, Lord Erskine, el Sr.., el filósofo; un Subsecretario de Estado, ya fallecido el Sr. Addington, hermano de Lord Sidmouth (quien me describió la sensación que lo llevara a usar opio por primera vez con las mismas palabras que el Deán de Carlisle, o sea que «sentía como si tuviese dentro ratas que le arañaban y roían las paredes del estómago»), el Sr. Coleridge y muchos otros, apenas menos conocidos, que sería enojoso mencionar. Ahora bien, si en una sola clase relativamente tan limitada los casos se contaban por veintenas (y esto por lo que sabía una sola persona) era lógico deducir que toda la población de Inglaterra arrojaría una cifra proporcional. Sin embargo, puse en tela de juicio la validez de mi inferencia hasta enterarme de ciertos hechos que me demostraron que no era incorrecta. Citaré dos de ellos.
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