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Al final de su vida, Horacio Quiroga, desencantado por el desdén de los jóvenes vanguardistas porteños, se retira de la vida pública y se muda con su familia a San Ignacio, provincia de Misiones.Desde allí, escribe una serie de artículos («Croquis del monte») con amplias incursiones en el terreno de la ficción. Verdaderos «textos fronterizos» por partida doble: por tener como escenario la frontera argentino-paraguaya, y por estar también en el límite entre divulgación y ficción, entre el documental y el relato.El último de los nueve textos escogidos, «La tragedia de los ananás», tiene un valor biográfico especial, pues apareció en La Prensa el primer día del año 1937, mes y medio antes de su partida definitiva.[Contiene: «El regreso a la selva», «Confusa historia de una mordedura de víbora», «La guardia nocturna», «Tempestad en el vacío», «La lata de nafta», «El llamado nocturno», «Su olor a dinosaurio», «Frangipane», «La tragedia de los ananás»]
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Textos fronterizos de Horacio Quiroga
Un mediodía de fuego llegó el muchachito de casa a decirnos que a la linde del monte, a 80 metros de casa, había una enorme víbora dormida. Tan grande, según él, que no se había atrevido a matarla.
Debo advertir que mi mujer no había visto aún una víbora. Para ella, como para todas las gentes urbanizadas, aquel animalito era el símbolo del peligro tropical. Interesábame, pues, asistir a la reacción que dicha víbora, pequeña o monstruosa, iba a despertar en mi mujer.
Fuimos todos allá. Mi hijo levantó en el camino un trozo de bambú, considerando con justicia que mi reciente lesión en la mano cohibiríame la libertad de movimientos. No quise, sin embargo, privarme del singular gusto de ultimar a la yarará, y enorme, como pudimos comprobar enseguida al hallarla en la penumbra muy densa del monte donde en efecto parecía dormir.
El golpe que le di tras la cabeza fue suficiente para dejarla fuera de combate, a pesar del ligero aspecto de mi bambú. Pero, como observamos juiciosamente, una cosa es el leve peso de una caña cuando se juguetea con ella distraído, y otra cuando se toma por puntería el cuello de una sólida yarará.
Como desde el primer instante nos hubiera llamado la atención el grueso del animal y las ondulaciones que corrían a lo largo de su vientre, procedimos a su disección.
Horacio Quiroga
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