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Los dos destinos a que hace referencia el título de esta novela son los de Mary Dermody y George Germaine, dos almas gemelas que, a lo largo de su vida, tratarán una y otra vez de encontrarse. Su amor temprano —que surge, impetuoso y decidido, cuando aún son unos niños— sufre, sin embargo, toda clase de obstáculos. Separados por las vicisitudes de la vida, especialmente dolorosas para Mary, su reencuentro obedecerá siempre a causas sobrenaturales, produciéndose sólo cuando los sueños se materializan y los deseos se convierten en fantasmas expectantes. Autor de las grandes novelas La piedra lunar y La dama de blanco, alabado por personalidades tan dispares como Borges, Eliot, o Swinburne, Wilkie Collins ha sido reconocido universalmente como uno de los más geniales creadores de intriga y misterio. Maestro del suspense y de la novela detectivesca, Collins destacó también en el manejo del melodrama por su gran habilidad para construir personajes convincentes, casi siempre atravesados por grandes pasiones.
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Dos destinos de Wilkie Collins
Tras un intervalo de tiempo, tuvo lugar la tercera aparición de Trim por un tercer agujero de la empalizada, que aún se adentraba más en la tierra del fondeadero. Por tercera vez, la irresistible curiosidad obligó a los patos a avanzar aún más bajo los funestos arcos del señuelo. El juego prosiguió una cuarta y quinta vez, hasta que el perro hubo atraído a las aves acuáticas, paso a paso, a las cavidades internas del señuelo. Hubo una última aparición de Trim, un último avance y una última pausa cautelosa de los patos. El administrador tiró de las cuerdas; la pesada malla cayó en vertical al agua y cerró el señuelo. Los patos, a docenas, habían sido atrapados por su propia curiosidad, con tan sólo un perro menudo como cebo. Pocas horas después, ya eran todos patos muertos que iban de camino al mercado de Londres.
Cuando el último acto de la curiosa comedia del señuelo llegó a su fin, la pequeña Mary apoyó la mano sobre mi hombro y, poniéndose de puntillas, me susurró al oído:
-George, ven a casa conmigo. Tengo algo que enseñarte que vale más la pena que los patos.
-¿Qué es?
-Es una sorpresa. No te lo puedo decir.
-¿Me das un beso?
La encantadora niña me pasó sus delgados brazos tostados por el cuello y respondió:
-Todos los que quieras, George.
Wilkie Collins
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