Dos epístolas

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Título: Dos epístolas Autor: Al-Cháhiz Género: Clásica

Nacido hacia el año 159/775, es uno de los escritores árabes medievales que merecen ser destacados para el lector culto, no sólo por su fecundidad, que no es un hecho aislado en la literatura árabe, sino por su originalidad, su gusto por el saber y la fuerza de un estilo variado y extremadamente libre. Al-Cháhiz une el sentido común, la observación y el razonamiento a una inteligencia inquieta, una sagacidad penetrante y un espíritu siempre atento. Todo ello hará que no deje ningún campo por investigar, ni ningún tema por cuestionar. Se interesará por todo y escribirá sobre todo: literatura, retórica, etnografía, zoología, teología, etc., y nada ni nadie conseguirá hacerle admitir aquello que su razón rehusa comprender. Una tradición, obviamente espúrea, pretende que la muerte del autor (255/868) se debió a que se le cayeron encima todos los libros que guardaba apilados a su alrededor. Sea como fuera no podría imaginarse un final más adecuado para un hombre que dedicó su vida entera a leer, aprender y escribir.

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Portada del libro Dos epistolas

Dos epistolas de AlChahiz


Sinopsis

La síntesis en español del libro "Dos epístolas" de Al-Cháhiz es la siguiente:

"Dos epístolas" es un libro escrito por el filósofo y matemático árabe Al-Cháhiz en el siglo X. En él, Al-Cháhiz aborda temas como la existencia de Dios, la naturaleza de la realidad, la percepción y la razón.

En la primera epístola, Al-Cháhiz discute la idea de que la existencia de Dios es una realidad inmediata y directa, y que la razón humana puede comprenderla a través de la contemplación y la meditación. En la segunda epístola, se centra en la naturaleza de la realidad y cómo la percepción humana puede distorsionar nuestra comprensión de ella.

Fragmento del libro


Me acusáis de decir: «La riqueza es superior a los alimentos, puesto que equivale a la ventaja de tener un instrumento en casa: cuando es necesario se le utiliza y cuando no lo es, está a mano». Sin embargo, al-Hudayn b. al-Mundhir dijo:


—Me gustaría tener un montón de oro tan alto como el monte Uhud y no utilizarlo para nada.


—¿Y qué provecho sacarías de ello? —le preguntaron.


—Que una gran cantidad de gente me serviría con la esperanza de beneficiarse.


Y también decía: «Deberías buscar la fortuna aunque sólo fuera porque fortificaría tu corazón y debilitaría los corazones de los demás y esto en sí mismo ya sería un gran bien y una ventaja importante».


No descuidemos el camino de los profetas, las enseñanzas de los califas y las lecciones de los hombres juiciosos a los esclavos de las pasiones. El Enviado de Dios, ¡Dios le bendiga y le salve!, ordenaba a los ricos que sacrificaran ovejas de su rebaño y a los pobres que sacrificaran gallinas. Los hombres santos decían: «Tu dirham es para esta vida, mientras que tu fe es para la vida futura» y dividieron la totalidad de los asuntos entre la religión y la vida terrenal; luego colocaron el dirham en una de las dos partes. Abû Nakr el Sincero, ¡Dios se apiade de él y esté satisfecho de él!, dijo: «Detesto a las familias que gastan el presupuesto de varios días en un solo día». Y los mismos hombres santos también detestaban a las familias que comían carne en abundancia.


El califa Hishâm solía decir: «Pon un dirham sobre otro dirham y tendrás una fortuna». Abû l-Aswad al-Du'alî, que era un hombre juicioso, culto, inteligente y agudo, habría desaprobado lo que no es tradicional en vuestra generosidad y lo que es nuevo en vuestra dadivosidad, pues dijo a su hijo: «Si Dios muestra largueza contigo, tú también muestra largueza, y si Dios te da poco, tú da también poco. No trates de rivalizar con Dios, pues Él es más generoso que tú». Y añadió: «Un dirham bien gastado vale más que diez mil dirhams celosamente guardados». Y tomando un puñado de frutos de euforbio, exclamó: «¡Desperdiciáis una cosa como ésta, cuando podría alimentar a un musulmán durante todo un día!».


Cierta vez Abû l-Dardâ' había tomado unos granos de trigo, cuando le increpó uno de los derrochadores. Abû l-Dardâ' contestó: «Hijo de la Malcarada, la mejor regla de conducta es la moderación en la vida».


No es solamente a mí a quien os oponéis y a quien desmentís; reflexionad bien antes de tomar cualquier decisión y considerad vuestros deberes antes que vuestros derechos. Eso es todo.



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