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El diálogo Filebo comienza cuando ha finalizado, sin resultados firmes, la discusión entre Sócrates y Filebo. El primero sostenía la primacía de la inteligencia, la prudencia y la memoria, como componente de la vida buena, el segundo sostenía la mayor importancia del placer, el gozo y el disfrute.No bien Protarco reemplaza a Filebo como interlocutor de Sócrates, éste admite que en realidad la vida buena no puede prescindir ni del placer ni de la inteligencia, por lo que en realidad se le debe otorgar el primer puesto en la consideración a una vida mixta: nadie desearía una vida de pensamiento sin placer, y tampoco es admisible una vida puramente placentera sin facultades intelectuales. Queda por resolver cuál elemento de los ya considerados va a obtener el segundo premio. Para ello Sócrates despliega un análisis en el que distingue cuatro clases: lo ilimitado, el límite, la mezcla de ambos, y la causa de la mezcla. La tarea consiste en determinar a cuales de estas clases pertenecen el placer y la inteligencia. El diálogo avanza analizando los distintos tipos de placeres en puros e impuros, verdaderos y falsos; y los conocimientos en técnicos, culturales, y la dialéctica, cuyo objeto es lo verdaderamente real. Ninguno de estos pueden estar ausentes de la vida buena.La conclusión final es que lo bueno de la vida mixta es la fórmula o la proporción con la que se mezclan estos componentes, y esta procede de la inteligencia, no del placer.Los comentaristas señalan que el estilo literario y la composición dramática del diálogo han sido dejados en un segundo plano respecto de las obras anteriores de Platón, para dar lugar a definiciones, clasificaciones, y un lenguaje técnico más bien áspero, propio de una exposición didáctica.
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Filebo de Platon
La verdad y la falsedad son condiciones del placer y del dolor, lo mismo que de nuestras opiniones, tan pronto conformes con su objeto como disconformes; es un placer falso la alegría por un suceso irrealizable; es un dolor falso el temor de una desgracia imaginaria. El placer y el dolor verdaderos tienen siempre un objeto real.
El alma no está necesariamente en un estado continuo de placer o de pena, opinión que concuerda con la precedente: que ciertas afecciones solo interesan al cuerpo. En efecto, si el alma no tiene conciencia de todos los fenómenos de la sensibilidad, pueden concebirse momentos en que no tenga placer, ni pena.
Platón en este pasaje alude a la opinión, bien conocida en su tiempo en Grecia, de Antístenes y de sus secuaces sobre el placer y el dolor. Era esta la escuela de los cínicos, quienes, por horror al placer y a sus consecuencias, negaban que existiese un placer en sí mismo; y rehusándole todo carácter positivo y real, lo definían como la ausencia del dolor. Según ellos no hay placer verdadero. Alejándose de la escuela cínica, Platón toma de ella argumentos contra los sensualistas exagerados, y entre otros el siguiente: «Los placeres mayores y más vivos no son los mejores; primero, porque no se obtienen sino al precio de los deseos más violentos y de las necesidades más exigentes, es decir, al precio de los dolores inevitables; y segundo, porque no pertenecen a la vida del sabio, quien sostiene la prudente máxima:
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