Historia de la columna infame

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Título: Historia de la columna infame Autor: Alessandro Manzoni Género: Historia

Precursorade la novela de investigación judicial, la Historia de la columna infame se publicó por primera vez comoapéndice de Los novios, la gran noveladel italiano «moderno». Sin embargo Manzoni, quizá preocupado por laincoherencia de incluir hechos históricos en una obra de ficción, decidiópublicarla por separado. Los hechos que analiza la novela se remontan a 1630.Milán, entonces bajo dominio español, sufre una epidemia de peste. Una viejachismosa lanza una acusación contra el comisario de sanidad: lo había visto «untar»las paredes del vecindario. Los acusados son brutalmente torturados yconfiesan. La sentencia condena a los acusados a una muerte atroz. Pietro Verri, tío deManzoni, había tratado el mismo caso en sus Observacionessobre la tortura paraatacar una sentencia basada en la tortura de los implicados; Manzoni va másallá; los jueces que primero torturaron y luego ejecutaron la sentenciaactuaron como «funcionarios del Mal» (en palabras de Sciascia, que los comparaa los burócratas de los campos de concentración) porque, como letrados yhombres instruidos que eran, sabían que aquel delito era imposible y lospresuntos autores, por tanto, inocentes. Leonardo Sciascia, en su notapreliminar, nos advierte de la desgraciada actualidad de la tesis de la novela:Decir que el pasado ya no existe —que la tortura institucional ha sido abolida,que el fascismo fue una fiebre pasajera que nos ha vacunado—, es de unhistoricismo de profunda mala fe, cuando no de profunda estupidez. La torturasigue existiendo. Y el fascismo sigue vivo.

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Portada del libro Historia de la columna infame

Historia de la columna infame de Alessandro Manzoni


Sinopsis

La síntesis en español del libro "Historia de la columna infame", obra de Alessandro Manzoni, es como sigue:

"Historia de la columna infame" es una novela escrita por Alessandro Manzoni en 1842, que se desarrolla en el siglo XVII durante la Guerra de la Liga de Cambrai. La trama gira en torno a la columna infame, un grupo de soldados que cometen atrocidades y crímenes contra la población civil durante la guerra.

La novela es una crítica a la opresión y la injusticia, y Manzoni utiliza la historia de los personajes para explorar temas como la moralidad, la justicia y la humanidad. La obra es considerada una de las más importantes de la literatura italiana y ha sido traducida a muchos idiomas.

Fragmento del libro


En un pasaje del


Gazzettino del Bel mondo


, dice Foscolo:


Addison vio en Milán la columna infame erigida en 1630 como baldón de un barbero y un comisario de sanidad condenados a que les cortaran la mano, les quebraran los huesos con tenazas al rojo, los descoyuntaran en la rueda y, por último, los degollaran al cabo de seis horas de agonía. La peste asolaba por entonces la ciudad y aquellos dos infelices fueron acusados de untar por las calles venenos y maleficios para aumentar la pública desgracia. ¿Para qué? La posteridad, avergonzada de la estúpida ferocidad de sus mayores, arraso la columna infame antes de la revolución. Addison la vio en 1700, y al copiar la inscripción, que le pareció de elegante latinidad, cuenta de buena fe los hechos como si se los hubiera creído. ¡Y eso que era hombre aficionado a la investigación! ¿No habría aprovechado más a sus contemporáneos y descendientes que se hubiese interesado por lemas alejados de la bella latinidad? Si hubiera consultado a los ilustrados de su tiempo e indagado la verdad, habría podido llegar a las mismas conclusiones que Bayle sobre tan triste suceso.


Pero ¿por qué tomarla con Addison —en aquella ocasión distraído viajero preocupado por la elegancia del latín—, si ni siquiera el hermoso italiano de Manzoni logró, al dar a la luz los hechos, penetrar en la conciencia de sus conciudadanos, contemporáneos y postumos, y este pequeño gran libro sigue siendo todavía uno de los más desconocidos de la literatura italiana?


Pero vamos por partes.


La creencia de que la peste y el cólera eran arteramente diseminados entre la población es antigua. La mencionaba ya Tito Livio, como recuerda Pietro Verri en sus


Observaciones sobre la tortura


, que trata precisamente de los funestos caso a que dio lugar esa creencia en 1630:


Vemos a los propios sabios romanos, todavía incivilizados, es decir, en el año 428 de Roma, bajo Claudio Marcelo y Cayo Valerio, atribuir la pestilencia que los aflige a venenos preparados por una demasiado inverosímil conjura de matronas romanas.


Todavía incivilizados, porque parece que después, ya más civilizados, no volvió a darse entre ellos esa creencia. Y todo hace suponer que desapareció completamente en los siglos sucesivos, incluso en el


XIII


y el


XIV


. De hecho, no encontramos rastros de ella en los cronistas de estos siglos. En sus páginas no figuran más causas para las terribles epidemias que la voluntad de Dios o el influjo de los astros, y la propagación del morbo sólo se atribuye al intercambio y a los viajes. Sirva de ejemplo Giovanni Boccaccio:


Digo, pues, que habían pasado ya mil trescientos cuarenta y ocho desde la fructífera Encarnación del Hijo de Dios, cuando a la egregia ciudad de Florencia, la más noble de todas las italianas, llegó la mortífera pestilencia, la cual, por obra de los cuerpos celestes o enviada a los mortales por la justa ira de Dios para escarmiento de nuestros inicuos actos, había comenzado algunos años antes en tierras de Oriente, a las que despojó de un gran número de vidas, y sin detenerse, propagándose de un lugar a otro, se extendió, para gran desgracia, hacia Occidente.


La justa ira de Dios o el movimiento de los cuerpos celestes. Pero en el siglo


XVII


vuelve a prender y a extenderse la vieja creencia, aunque más elaborada, articulada y detallada, incluso codificada.


Una recaída en la barbarie, en el oscurantismo, no basta para explicar el violento retorno. Se podría formular una hipótesis sugestiva: que la creencia surgiera como contrapunto a la «razón de Estado» en el período en que se ponía en marcha y se adoctrinaba la separación entre política y moral. Pero sostener semejante hipótesis requeriría más meditación e investigaciones. Lo que sabemos con casi total certeza, aquí y ahora, es que en el siglo


XIV


nadie planteó la sospecha de una peste manufacturada y difundida por gentes convenientemente inmunizadas, por decisión del poder (visible o invisible) o de una asociación que conspirara contra el poder, o de un grupo delictivo que se propusiera, durante los estragos, una más fácil depredación. En cambio, en el siglo


XVII


no sólo se formula esa sospecha, sino que llega a tener incluso carta médica y jurídica, y se prolonga —aunque, por fortuna, ya no en la esfera de la ciencia médica y del derecho— hasta tiempos de la memoria reciente. Del cólera de 1885-1886 y de la «española», la última epidemia letal que padeció Italia inmediatamente después de la Gran Guerra, se tabulaba sobre medidas, por así decirlo, maltusianas; de la «española», que sobrevino tras la gran matanza de la guerra, se decía que era consecuencia de un cómputo que revelaba un exceso de población porque la guerra había terminado, por un error de cálculo, un poco antes de lo debido. De ahí que los gobiernos introdujeran una corrección para cuadrar las cuentas (ni uno más ni uno menos). La convicción de que la mortandad era deseada y programada por el gobierno estaba tan arraigada que, cuando se objetaba que altos funcionarios también morían de lo mismo, la respuesta era que se habían equivocado de botella, que habían cogido el veneno en lugar del antídoto (llamado abreviadamente «contra»). Esta opinión, que durante el cólera de 1885-1886 tuvo en Sicilia sangrientas consecuencias, está, curiosamente, registrada en las


Memorie del vecchio maresciallo,


de Mario La Cava (1958). Después de recordar que «el primero que murió en Catania fue el prefecto, y dijeron: se equivocó de botella», a la pregunta: «Pero ¿se creía de veras que había gente que envenenaba a la población?», el ex brigada de los carabinieri responde: «Todos lo creían, y, la verdad, también yo pienso que algo de eso había…».


Pero la peste que diezmó a Milán en 1630 no fue solamente atribuida a los cálculos maltusianos


avant la lettre


del gobierno. Éste había azuzado a los milaneses contra Francia, entonces enemiga de España, de cuyos dominios formaba parte el Estado de Milán, porque los malos gobiernos, cuando se hallan ante situaciones que no saben o no pueden resolver, que ni siquiera tratan de afrontar, han recurrido siempre al expediente del enemigo externo al que endilgar todos los contratiempos y calamidades. Pero la supuesta y nunca comprobada presencia de agentes franceses no alcanzaba a disipar del todo la sospecha de que el propio rey Felipe IV, y quienes lo representaban en Milán, habían ordenado la mortandad, y de ahí el encarnizamiento de gobernantes y jueces cuando tuvieron delante a quienes la opinión pública señalaba como propagadores del morbo. No obstante, la vulgar personalidad de los acusados llevó a que la opinión de la mayoría se limitase a considerar la conspiración como puramente delictiva, que no política (interna o externa), y a creer que el grupo de ungidores sólo aspiraba al desorden, al robo y al saqueo al sembrar la muerte.



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