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Bernal Díaz del Castillo fue uno de los descubridores y conquistadores de la Nueva España, sus provincias y del cabo de Honduras. Ya viejo y retirado, escribió esta crónica de las proezas en que, al mando de Hernán Cortés, fue parte y testigo. El historiador mexicano Carlos Pereyra estudia en el prólogo de esta edición la figura del cronista, que en vida no vio publicado su manuscrito. La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España apareció, por fin, en el siglo XVIII, siendo su autor mal juzgado, pues se consideró que trataba de palidecer la gloria de Hernán Cortés. Menéndez Pelayo reivindicó sus méritos, reconociéndole no sólo importancia de testigo fiel, sino dotes de interpretación psicológica que dan calidez humana a su extensa crónica. Además de relatar los sucesos ocurridos en 1517 y 1521, Bernal Díaz del Castillo describe también las ciudades, ritos y costumbres de los pobladores, pudiendo decirse que se trata de una primerísima fuente para el estudio de la civilización precortesiana.La presente edición está basada en el Manuscrito Guatemala.
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Historia verdadera de la conquista de la Nueva Espana man Guatemala de Bernal Diaz del Castillo
La síntesis en español del libro "Historia verdadera de la conquista de la Nueva España" de Bernal Díaz del Castillo es:
"La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España es un libro escrito por Bernal Díaz del Castillo, un soldado y testigo directo de los sucesos, que relata la conquista de México por los españoles liderados por Hernán Cortés. El libro es una crónica detallada de los hechos que ocurrieron desde el desembarco de los españoles en Veracruz hasta la toma de Tenochtitlán, actual México City, y la derrota del emperador Moctezuma II.
Bernal Díaz del Castillo narra los sucesos con un gran realismo y detalle, describiendo las batallas, las enfermedades, las dificultades logísticas y las decisiones políticas que tuvieron lugar durante la conquista.
Pues desque tuvimos la licencia nos embarcamos en un buen navío y con buen tiempo llegamos a la isla de Cuba y fuimos a hacer acato al gobernador, y él se holgó con nosotros y nos prometió que nos daría indios, en vacando. Y como se habían ya pasado tres años, ansí en lo que estuvimos en Tierra Firme e isla de Cuba, y no habíamos hecho cosa ninguna que de contar sea, acordamos de nos juntar ciento y diez compañeros de los que habíamos venido de Tierra Firme y de los que en la isla de Cuba no tenían indios, y concertamos con un hidalgo que se decía Francisco Hernández de Córdoba, que ya le he nombrado otra vez y era hombre rico y tenía pueblo de indios en aquella isla, para que fuese nuestro capitán, porque era suficiente para ello, para ir a nuestra ventura a buscar y descubrir tierras nuevas para en ellas emplear nuestras personas. Y para aquel efecto compramos tres navíos, los dos de buen porte, y el otro era un barco que hobimos del mesmo gobernador Diego Velázquez, fiado, con la condición que primero que nos lo diese nos habíamos de obligar que habíamos de ir con aquellos tres navíos a unas isletas que estaban entre la isla de Cuba y Honduras, que agora se llaman las islas de los Guanaxes, y que habíamos de ir de guerra y cargar los navíos de indios de aquellas islas, para pagar con indios el barco, para servirse de ellos por esclavos. Y desque vimos los soldados que aquello que nos pedía el Diego Velázquez no era justo, le respondimos que lo que decía no lo manda Dios ni el rey, que hiciésemos a los libres esclavos. Y desque supo nuestro intento, dijo que era mejor que no el suyo, en ir a descubrir tierras nuevas, que no lo que él decía, y entonces nos ayudó con cosas para el armada.
Hanme preguntado ciertos caballeros curiosos que para qué escribo estas palabras que dijo el Diego Velázquez sobre vendernos su navío, porque parecen feas y no habían de ir en esta historia. Digo que las pongo porque ansí conviene por los pleitos que nos puso el Diego Velázquez y el obispo de Burgos, arzobispo de Rosano, que se decía don Juan Rodríguez de Fonseca. Y volviendo a mi materia, y desque nos vimos con tres navíos y matalotaje de pan cazabe, que se hace de unas raíces, y compramos puercos, que costaban a tres pesos, porque en aquella sazón no había en la isla de Cuba vacas ni carneros, porque entonces se comenzaba a poblar, y con otros mantenimientos de aceite, y compramos cuentas y cosas de rescate de poca valía, y buscamos tres pilotos, que el más principal y el que regía nuestra Armada se decía Antón de Alaminos, natural de Palos, y el otro se decía Camacho de Triana, y el otro piloto se llamaba Juan Álvarez el Manquillo, natural de Huelva; y ansimesmo recogimos los marineros que habíamos menester y el mejor aparejo que podimos haber, ansí de cables y maromas y guindalezas y anclas, y pipas para llevar agua, y todas otras maneras de cosas convinientes para seguir nuestro viaje, y esto todo a nuestra costa y minción. Y después que nos hobimos recogido todos nuestros soldados, fuimos a un puerto que se dice e nombra en lengua de indios Axaruco, en la banda del norte, y estaba ocho leguas de una villa que entonces tenían poblada, que se decía San Cristóbal, que desde ha dos años la pasaron adonde agora está poblada la Habana. Y ara que con buen fundamento fuese encaminada nuestra armada, hubimos de haber un clérigo que estaba en la misma villa de San Cristóbal, que se decía Alonso González, el cual se fue con nosotros; y demás desto, elegimos por veedor a un soldado que se decía Bernaldino Iñiguez, natural de Santo Domingo de la Calzada, para que si Dios nos encaminase a tierras ricas y gente que tuviesen oro o plata, o perlas, u otras cualesquier riquezas, hubiese entre nosotros persona que guardase el real quinto. Y después de todo esto concertado y oído misa, encomendándonos a Dios Nuestro Señor y a la Virgen Santa María Nuestra Señora, su bendita Madre, comenzamos nuestro viaje de la manera que diré.
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