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Pablo y Virginia no es sólo la historia de un par de jóvenes, sino una reivindicación de la naturaleza como protagonista principal en la vida humana y dueña de su azar. Como explica el autor, esta novela, «completaba y exponía» los Études y responde a un mismo proyecto literario y científico y refleja el cambio de una concepción mecanicista a otra organicista de la naturaleza.
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Pablo y Virginia de Bernardin de SaintPierre
La siposis del libro en español es la siguiente:
"Pablo y Virginia" es una novela escrita por Bernardin de Saint-Pierre y publicada en 1786. La historia sigue la vida de dos jóvenes amantes, Pablo y Virginia, que viven en una pequeña ciudad del sur de Francia. A medida que la novela avanza, se revela que Pablo y Virginia están destinados a estar juntos, pero sus vidas están marcadas por la adversidad y la traición.
La novela es una reflexión sobre la naturaleza humana, la felicidad y la verdad, y explora temas como la amistad, el amor y la moralidad. Bernardin de Saint-Pierre utiliza un lenguaje poético y evocador para crear una atmósfera misteriosa y emocionante que mantiene al lector pegado a la historia hasta el final.
Llevé a mi casa a la señora de La Tour, que se mantenía en medio de tan grandes pérdidas con una entereza increíble. Había consolado a Pablo y Margarita hasta el último momento, como si sólo hubiera tenido que soportar la desgracia de ambos. Cuando ya no los vio, me hablaba de ellos todos los días como de unos amigos queridos que estaban en la vecindad. Respecto a su tía, lejos de reprocharle sus desgracias, pedía a Dios que se las perdonara y apaciguara los terribles remordimientos en que nos enteramos había caído inmediatamente después de devolver a Virginia de modo tan inhumano.
Esta parienta desnaturalizada no arrastró muy lejos el castigo de su dureza. Me enteré, con la llegada sucesiva de varios navíos, que era presa de unos humores que le hacían la vida y la muerte igualmente insoportables. Tan pronto se reprochaba el fin prematuro de su encantadora sobrina nieta y la pérdida consiguiente de su madre, tan pronto se congratulaba de haber enviado lejos de sí a dos desgraciadas que, decía, habían deshonrado su casa con la bajeza de sus inclinaciones. A veces, encolerizándose ante la vista de la gran cantidad de desharrapados que llenan París: «¿por qué no envían a estos vagos a morirse en nuestras colonias?», añadía que las ideas de humanidad, virtud, religión adoptadas por todos los pueblos no eran más que intenciones de la política de sus príncipes. Después, poniéndose de pronto en el extremo opuesto, se abandonaba a terrores supersticiosos que la llenaban de espantos mortales. Corría a llevar abundantes limosnas a ricos monjes que la dirigían, suplicándoles que apaciguaran a la Divinidad por el sacrificio de su fortuna: ¡como si los bienes que había negado a los desdichados pudieran dar gusto al padre de los hombres! Con frecuencia su i mag inación le representaba montañas y campos en llamas, donde erraban fantasmas espantosos llamándola a grandes gritos. Se echaba a los pies de sus directores e i mag inaba contra ella misma torturas y suplicios; porque el cielo, el justo cielo, envía a las almas crueles religiones terribles.
De este modo se pasó varios años, unas veces atea, otras supersticiosa, abominando por igual de la muerte y de la vida. Pero lo que acabó con tan penosa existencia fue el mismo tema al que había sacrificado los sentimientos de la naturaleza. Conoció la pena de ver que su fortuna pasaría después de ella a unos parientes a los que odiaba. Buscó, pues, enajenar la mayor parte de la misma, pero aquéllos, aprovechándose de los humores a los que estaba sometida, hicieron que la encerraran como loca y pusieron sus bienes bajo custodia. De este modo, sus propias riquezas consumaron su perdición; e igual que habían endurecido el corazón de la que las poseía, desnaturalizaron también el corazón de los que las deseaban. Se murió, pues y, lo que es el colmo de la desgracia, con el bastante uso de razón para conocer que la habían desposeído y despreciado las mismas personas cuyas opiniones la habían dirigido durante toda la vida.
Pusieron al pie de Virginia, al pie de los mismos cálamos, a su amigo Pablo, y alrededor de ambos a sus tiernas madres y a sus fieles criados. No se han levantado mármoles en sus humildes túmulos, ni grabado inscripciones dedicadas a su virtud, pero su recuerdo ha quedado intacto en el corazón de aquellos a quienes sirvieron. Sus sombras no necesitan el brillo del que huyeron a lo largo de su vida; pero si aún se interesan por lo que ocurre en la tierra, sin duda les gusta errar bajo los tejados de la choza donde vive la virtud laboriosa, consolar a la pobreza descontenta de su suerte, alimentar en los jóvenes amantes un fuego duradero, el gusto por los bienes naturales, el amor por el trabajo y el temor de las riquezas.
La voz popular, que calla sobre los monumentos levantados a la gloria de los reyes, dio a algunas partes de esta isla nombres que eternizarán la pérdida de Virginia. Se puede ver cerca de la isla de Ámbar, en medio de los escollos, un lugar llamado EL PASO DEL SAN GERANDO, por el nombre del navío que pereció allí trayéndola de Europa. El extremo de esa punta de tierra que usted divisa a tres leguas de aquí, medio cubierta por las olas del mar, que el San Gerando no pudo doblar la víspera del huracán para entrar en el puerto, se llama el CABO DESDICHADO; y ante nosotros, al final de este vallejo, LA BAHíA DE LA TUMBA, en la que encontraron a Virginia enterrada en la arena, como si el mar hubiera querido devolver el cuerpo a su familia, y rendir los últimos honores a su pudor en las mismas orillas que había honrado con su inocencia.
¡Unos jóvenes tan tiernamente unidos! ¡Unas madres tan infortunadas! ¡Querida familia! Esos bosques que os daban sus sombras, esas fuentes que manaban para vosotros, esos collados donde descansabais juntos, lloran aún su pérdida. Nadie después de vosotros se ha atrevido a cultivar esta tierra desolada, ni a volver a levantar estas humildes cabañas. Sus cabras se han hecho salvajes; sus huertos están destruidos; sus pájaros huyeron, y ya no se oye más que el grito de los gavilanes volando en lo alto alrededor de esta cuenca de riscos. Por mi parte, desde que ya no os veo, soy como un amigo que ya no tiene amigos, como un padre que ha perdido a sus hijos, como un viajero errante en la tierra, donde me he quedado solo.
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