La maravillosa historia de Peter Schlemihl

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Título: La maravillosa historia de Peter Schlemihl Autor: Adelbert von Chamisso Género: Cuentos

Un clásico de la literatura romántica alemana y una de las obras más admiradas por autores tan diversos como Heinrich Heine, Thomas Mann o Italo Calvino. La maravillosa historia de Peter Schlemihl nos cuenta cómo un imprudente joven vende su sombra a un misterioso personaje a cambio de una bolsa mágica de oro, y las terribles consecuencias que le acarrea semejante decisión. La gracia irresistible de este argumento, rebosante de imágenes sugerentes, no ha dejado de fascinar a generaciones de niños de todas las edades. Pero el cuento esconde también un área de significados mayor, como pareció intuir Vita Sackville-West al escribir una vez que «en la sombra de un hombre que camina hay más enigmas que en todas las religiones del mundo».

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Portada del libro La maravillosa historia de Peter Schlemihl

La maravillosa historia de Peter Schlemihl, de Adelbert von Chamisso


Sinopsis

La siposis del libro "La maravillosa historia de Peter Schlemihl" de Adelbert von Chamisso en español es la siguiente:

"La maravillosa historia de Peter Schlemihl" es una novela corta escrita por Adelbert von Chamisso en 1814. La historia sigue a Peter Schlemihl, un joven artista que vive en Berlín, y su obsesión por un abrigo mágico que le permite volar. Sin embargo, el abrigo tiene un precio terrible: cada vez que Peter usa él, pierde una parte de su alma.

La novela es una alegoría sobre la pérdida de la inocencia y la seducción del mal. Chamisso utiliza el mito de Peter Schlemihl para explorar temas como la ambición, la soledad y la búsqueda de la felicidad.

Fragmento del libro


Precisamente la bella Fanny, con la que volví a encontrarme en otro sitio, me dedicó alguna atención, sin acordarse de que jamás me había visto, pues ahora tenía yo agudeza e ingenio. Cuando hablaba, me escuchaban todos; y no sabía cómo, pero había logrado el arte de dominar y conducir fácilmente una conversación. Cuando vi la impresión que había hecho en la bella, me volví loco, que era lo que ella deseaba, y desde entonces la seguí con mil dificultades por donde podía, entre sombras y crepúsculos. Tenía la vanidad de que se sintiera vanidosa de mí, y ni con la mejor voluntad del Mundo podía bajarme la borrachera de la cabeza al corazón.


¿Pero a qué repetirte largo y tendido la vulgar historia? Tú mismo me la has contado muchas veces de otras buenas personas. En la vieja y conocida comedia en la que yo con tanto ánimo representaba un papel trivial, apareció de pronto una fantástica catástrofe, inesperada para ella, para mí, y para todos.


Una hermosa noche había reunido, según mi costumbre, un grupo de amigos en un jardín iluminado y me paseaba con mi dueña del brazo, un poco apartado de los demás invitados; yo me esforzaba en dirigirle frases exquisitas. Ella miraba modestamente al suelo y correspondía levemente a la presión de mi mano. De pronto, de una manera imprevista, salió la Luna de entre unas nubes… y ella vio solamente su sombra en el suelo. Se asustó, y me miró aterrorizada, luego volvió a mirar al suelo, buscando con los ojos mi sombra y lo que estaba pensando se pintó con tanta extrañeza en la expresión de su cara, que hubiera roto a reír a carcajadas, si no me hubiera recorrido la espalda un escalofrío.


La dejé caer desmayada de mis brazos, salí disparado como una flecha entre los atónitos invitados, alcancé la puerta, me arrojé en el primer coche que encontré allí parado y me volví a la ciudad, donde, para mi desgracia, esta


vez


había dejado al prudente Bendel. Se asustó y, cuando me vio, una palabra le descubrió todo. Se trajeron al instante caballos de posta. Llevé conmigo sólo a uno de mis criados, un pillo redomado, de nombre Rascal


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, que supo hacérseme necesario por su destreza y que no podía tener ni idea de lo que había sucedido. En aquella noche me hice treinta millas. Bendel se quedó para levantar mi casa, gastar dinero y llevarme después lo más necesario. Cuando me alcanzó al día siguiente me arrojé en sus brazos y le juré no volver a hacer ninguna locura y ser en lo futuro más prudente. Continuamos nuestro interrumpido viaje, pasando la frontera y la montaña y, ya en la otra vertiente, separado de aquella infeliz tierra por la alta muralla, me fui a un balneario cercano y poco visitado para reponerme de las fatigas pasadas.



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