La teoría de los sentimientos morales

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Título: La teoría de los sentimientos morales Autor: Adam Smith Género: Filosofía

Aparecida en 1759, ésta es la primera obra publicada por el filósofo y economista escocés Adam Smith y la que le dio fama entre los círculos ilustrados europeos. Es una brillante aportación a la polémica acerca del origen de los juicios morales y es sin duda la obra más trabajada y reelaborada de su autor. Parte de la afirmación de que los juicios morales no son producto de la razón, lo que no impide que su funcionamiento pueda ser comprendidos por ella. La obra pretende explicar la moral no como algo eterno o natural que preceda a la sociedad, sino como algo construido en la interacción humana y dependiente de las circunstancias sociales.

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Portada del libro La teoria de los sentimientos morales

La teoria de los sentimientos morales, de Adam Smith


Sinopsis

La síntesis en español del libro "La teoría de los sentimientos morales" de Adam Smith es:

En "La teoría de los sentimientos morales", Adam Smith explora la base emocional de nuestras acciones y decisiones éticas. Smith argumenta que los sentimientos morales no son una rama separada de la filosofía, sino que son una parte fundamental de la teoría de la moralidad. Según él, los sentimientos morales son el resultado de la interacción de nuestras emociones, nuestras creencias y nuestras acciones, y son esenciales para la formación de nuestras opiniones y valores morales.

Smith divide los sentimientos morales en dos categorías principales: los sentimientos de aprobación o de disaprobación.

Fragmento del libro


CAPÍTULO IV


DE LAS PASIONES SOCIALES


A


SÍ COMO


una simpatía unilateral es lo que hace, en la mayoría de las ocasiones, que todo el repertorio de pasiones que acaban de mencionarse sean poco agraciadas y desagradables, así hay otro repertorio opuesto, para el que una simpatía compartida hace que por lo general sean particularmente agradables y propias. La generosidad, la humanidad, la benevolencia, la compasión, la mutua amistad y el aprecio, todos los sentimientos sociales y benévolos, cuando se manifiestan en el semblante o comportamiento, hasta hacia aquellos con quienes no tenemos relaciones especiales, casi siempre agradan al espectador indiferente. Su simpatía por la persona que experimenta esas pasiones coincide exactamente con su cuidado por la persona objeto de ellas. El interés que como hombre debe tener por la felicidad de esta última, aviva su simpatía con los sentimientos de la otra persona cuyas emociones se ocupan del mismo objeto. Tenemos siempre, por lo tanto, la más fuerte inclinación a simpatizar con los afectos benévolos. Por todos motivos se nos presentan como agradables. Compartimos la satisfacción, tanto de la persona que los experimenta como de la persona que es objeto de ellos. Porque, así como ser objeto del odio e indignación procura más dolor que todos los males que de sus enemigos pueda temer un hombre denodado; así hay una satisfacción en saberse amado, lo cual, para una persona de delicada sensibilidad, es de mayor importancia para la felicidad que todas las ventajas que pudiera esperar de ello. ¿Hay, acaso, carácter más detestable que el de quien se goza en sembrar la discordia entre los amigos, y convertir su más tierno amor en odio mortal? Y sin embargo, ¿en qué consiste la atrocidad de tan aborrecible agravio? ¿Acaso en haberlos privado de los frívolos buenos oficios, que, de haber continuado su amistad, podían esperar el uno del otro? Consiste en privarlos de la amistad misma, en haberles robado su mutuo afecto de donde ambos obtenían tanta satisfacción; consiste en perturbar la armonía de sus corazones, y en haber puesto fin a ese feliz comercio que hasta entonces subsistía entre ellos. Ese afecto, esa armonía, ese comercio, son percibidos no solamente por los sensibles y delicados, sino aun por los hombres más groseros y vulgares, como algo de más importancia para la felicidad que todos los pequeños servicios que pueden esperarse de ellos.


El sentimiento del amor es en sí agradable a la persona que lo experimenta. Alivia y sosiega el pecho, bien parece que favorece los movimientos vitales y estimula la saludable condición de la constitución humana; y hácese aún más delicioso con la conciencia de la gratitud y satisfacción que necesariamente debe provocar en quien es objeto de él. Su mutuo miramiento los hace felices el uno en el otro, y la simpatía, con ese mutuo miramiento, los hace agradables a todas las demás personas.



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