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Si Pushkin fue un emblema nacional como poeta, su obra narrativa, por su precisión y brevedad, por su exigencia de «ideas y más ideas», supuso una auténtica innovación.Esta edición de sus Narraciones completas, que incluye piezas tan famosas como «La dama de pique» o «La hija del capitán» junto con muchas otras hasta ahora inéditas en español, ofrece asimismo las claves del peculiar romanticismo pushkiniano, rápido, templado y estricto. Sus héroes y heroínas nobles bandoleros, húsares y cosacos, dandis de Petersburgo, princesas patriotas y señoritas novelescas se ven envueltos en lances extraordinarios y gráciles mascaradas, pero son observados por un narrador que, además de dominar con habilidad extrema los recursos de la trama; es capaz de verla al trasluz, de contemplar con humor tanto lo romántico como la decepción de lo romántico.
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Narraciones completas de Aleksandr Pushkin
Muy señor mío:
El 25 del corriente tuve el honor de recibir su amable carta fechada el 15 del mismo, en la que me manifiesta su deseo de obtener una noticia detallada sobre el nacimiento, la muerte, las actividades, las circunstancias familiares, las ocupaciones y el carácter del difunto Iván Petróvich Belkin, que fuera buen amigo y vecino mío. Con sumo agrado cumplo su deseo y le hago llegar, estimado señor, todo aquello que he podido recordar de sus conversaciones, así como algunas de mis propias observaciones.
Iván Petróvich Belkin nació de padres nobles y honrados en el año 1798 en el pueblo de Goriújino. Su padre, el comandante de segunda Piotr Ivánovich Belkin, se casó con la joven Pelagueya Gavrílovna, de la casa de los Trafilin. No era rico, pero sí hombre mesurado y bastante diligente en la administración de sus bienes. El hijo recibió su primera educación del diácono del pueblo. Parece que es precisamente a este respetable clérigo a quien Iván Petróvich le debía su afición por la lectura y por cualquier contribución a las letras rusas. En 1815 ingresó en el servicio, en el regimiento de infantería de cazadores (cuyo número no recuerdo), donde permaneció hasta el mismo año 1823. La muerte de sus padres, que acaeció casi simultáneamente, le obligó a pedir la excedencia y a regresar a su pueblo natal de Goriújino.
Al tomar a su cargo la administración de la propiedad, Iván Petróvich pronto abandonó, a causa de su inexperiencia y de la debilidad de su carácter, las exigencias de una buena economía y descuidó el orden estricto, que su difunto padre había implantado. Después de destituir al
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, persona cumplidora y competente, porque los campesinos estaban descontentos con él (como de costumbre), encargó la administración de la aldea a su vieja ama de llaves, la cual se había ganado su confianza gracias a su arte en narrar historias. Esta vieja estúpida nunca supo distinguir un billete de veinticinco rublos de uno de cincuenta; los campesinos, casi todos emparentados con ella, no le tenían ningún temor. Como el nuevo
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elegido por ellos les consentía todo y además hacía trampas, Iván Petróvich se vio obligado a abolir la prestación personal y a introducir un moderado tributo; aun así los campesinos, aprovechándose de su debilidad, consiguieron la exención total durante el primer año, y en los subsiguientes pagaron más de dos tercios del tributo con nueces, arándanos y productos similares, y ni siquiera esto llegó a cumplirse.
Como yo había sido amigo del difunto padre de Iván Petróvich, consideré mi deber ofrecer al hijo mis consejos y más de una vez me presté a restablecer el antiguo orden que él había abandonado. Con este fin acudí una vez a casa de Iván Petróvich, reclamé los libros de cuentas, hice venir al bribón del
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y, en presencia de Iván Petróvich, me dediqué a revisarlos. Al principio, el joven propietario me seguía con gran atención e interés; pero cuando en las cuentas se descubrió que en los últimos dos años el número de campesinos se había multiplicado, mientras que el número de aves de corral y cabezas de ganado había menguado, Iván Petróvich pareció darse por contento con este primer dato y no me prestó más atención; y en el momento mismo en que yo, abrumando al bribón del
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con mis pesquisas y mis severos interrogatorios, lo sumía en una total confusión y lo reducía a un completo silencio, descubrí, para mi gran despecho, que Iván Petróvich roncaba profundamente en su silla. Desde entonces dejé de intervenir en sus disposiciones administrativas y entregué sus asuntos (como él mismo hacía) en manos del Todopoderoso.
No obstante, este incidente no afectó en lo más mínimo a nuestras relaciones amistosas ya que, si bien lamentaba su debilidad y su fatal negligencia (tan común a nuestra joven nobleza), quería sinceramente a Iván Petróvich; ¿quién hubiera podido evitar querer a un joven tan honrado y modesto? Por su parte, Iván Petróvich mostraba el debido respeto por mis años y me profesaba un afecto igualmente sincero. Hasta su misma muerte nos vimos casi a diario; él apreciaba mi sencilla conversación, por más que ni en nuestras costumbres, ni en nuestra manera de pensar, ni en el carácter, nos pareciésemos.
Iván Petróvich era de una gran moderación en su vida y evitaba todo tipo de excesos; nunca tuve la ocasión de verle embriagado (lo cual puede considerarse un verdadero milagro por estas tierras); sentía una enorme debilidad por el sexo femenino, pero era casi tan vergonzoso como una señorita
Además de los cuentos que usted menciona en su carta, Iván Petróvich dejó numerosos manuscritos, de los cuales yo conservo parte, y otros cuantos fueron utilizados por su ama de llaves para diversos menesteres domésticos. Así, el invierno pasado, todas las ventanas de su casa fueron cubiertas con la primera parte de una novela que Iván Petróvich no concluyó. Creo que los cuentos que usted menciona fueron su primera obra. Según decía Iván Petróvich, la mayor parte de ellos son auténticos y le fueron narrados por diversas personas
. Sin embargo, todos los nombres son ficticios menos los de los pueblos y aldeas, que están tomados de nuestra región; ésa es la razón por la que se menciona mi aldea. Que esto ocurriera no hay que achacarlo a una intención malévola del autor, sino simplemente a su falta de imaginación.
En el otoño del año 1828 Iván Petróvich enfermó de calentura producida por un enfriamiento; pronto derivó en alta fiebre y murió pese a los afanosos desvelos de nuestro médico local, un hombre muy diestro, sobre todo en el tratamiento de enfermedades empedernidas, como los callos y similares. Falleció en mis brazos a los treinta años de edad, y está enterrado en la iglesia del pueblo de Goriújino junto a sus difuntos padres.
Iván Petróvich era de estatura media y de ojos grises, tenía el pelo rubio, la nariz recta y el rostro blanco y enjuto.
Esto es, estimado señor, todo lo que he podido recordar de la vida, las ocupaciones, el carácter y el aspecto físico de mi difunto amigo y convecino. En el caso de que tenga usted a bien hacer uso de mi carta, le ruego humildemente no mencione mi nombre; porque a pesar de que siento bastante respeto y algún cariño por los escritores, considero innecesario e impropio de mi edad ingresar en sus filas. Con esto, le saluda respetuosamente, etc., etc.
16 de noviembre del año 1830 Aldea de Nenarádovo
Como es nuestro deber, respetamos la voluntad del estimable amigo de nuestro autor, pero aprovechamos la ocasión para expresarle nuestro más profundo agradecimiento por los datos suministrados, al tiempo que esperamos que el público los aprecie sincera y benévolamente.
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