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La protagonista de esta obra, una joven huérfana, decide olvidar su soledad bajo los pinos de la selva, en el pueblo salvaje de los «cazadores de abejas». Pero no amará nunca. Su alma se modeló como los bosques, y era como ellos bulliciosa y grave; reía con el sol y los pájaros, cantaba con los arroyos y le agradaba el fragor de las tormentas. No pretendía rehuir la fatiga, pero se mantenía lejos del amor.De nuevo evoca Zane Grey el ambiente que ha servido de marco a sus más famosas narraciones. Su profundo amor a la naturaleza resplandece en todas las páginas de esta novela vivaz y dinámica, cuya protagonista es una de las figuras femeninas más atrayentes que ha dibujado el celebrado escritor, tal vez porque simboliza en cierto modo toda la indómita poesía de las selvas.
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Prendida en sus propias redes de Zane Grey
A sus pies extendíase ondulante una inmensa cuenca completamente tapizada por innumerables copas de árboles centenarios formando un bosque de insospechadas dimensiones. Al fondo, una colosal franja rocosa limitaba el paisaje; llana y ribeteada de un verde negro en la cumbre, pero rojiza y abruptamente quebrada en todo su frente, extendiéndose en mil gigantescos acantilados, en escarpados picachos y en enormes peñascos que se juntaban en unos sitios para separarse por otros formando espantosos precipicios, desde este a oeste, hasta perderse en la lejanía. ¡Qué diferente era aquél de todos los lugares que Lucy había visto o imaginado! Una dulce brisa fuertemente perfumada de pino llenó sus pulmones. Casi le pareció que la mascaba. No se divisaba ni un claro en toda aquella extensión verdinegra, y de existir algún hogar, debía de hallarse perdido en la inmensidad sin límites de aquel bosque. Un águila voló lejos, bajó sus pies, y el sol brillaba sobre sus anchas y extendidas alas. El débil y lejano mugido de alguna corriente de agua subía de las profundidades de aquellas selvas y era el único sonido que venía a turbar tan profunda quietud. Quien estuviera acostumbrado a la amarillenta y árida desnudez del desierto, ¡cómo se consolaría a la vista de tantas millas de ondulante y fresco verdor! Y al fondo, la obsesión de aquel inmenso muro rojizo que parecía vedar el paso de las humanas criaturas hacia más allá. Una sensación de soledad oprimió, al fin, el corazón de Lucy.
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