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Milne es el afortunado autor de un clásico de la literatura infantil: Winnie the Pooh. Posiblemente deba a ello la frescura de esta novela policíaca, única que escribió para entretenimiento de su padre, que era un gran aficionado al género. El escenario es una casa de campo inglesa, perteneciente a Mark Ablett, llena de invitados, entre ellos un mayor británico, una actriz testaruda y un joven atleta. El hermano de Robert, la oveja de la familia, llega desde Australia y es encontrado muerto en una habitación cerrada con llave. Mark Ablett ha desaparecido, por lo que Tony Gillingham y su amigo Bill deciden investigar, avanzando casi lúdicamente, a través de la novela, mientras que las pistas se acumulan y abundan las teorías.
El misterio de la Casa Roja de Alan Alexander Milne
El título completo del libro de Alan Alexander Milne es "The House at Pooh Corner" (La Casa Roja en español).
La siposis del libro en español es:
"La Casa Roja es el segundo libro de la serie de Winnie the Pooh, creada por Alan Alexander Milne. En este libro, Pooh y sus amigos tienen aventuras divertidas y aprenden lecciones valiosas sobre la amistad y el amor.
En "La Casa Roja", Pooh y sus amigos exploran el bosque y descubren un pequeño jardín secreto detrás de la Casa Roja, donde encuentran una caja de juguetes y un libro de historias. Mientras, Tigger se encuentra con un grupo de animales que están jugando en el bosque y se une a ellos.
A medida que las aventuras de los personajes continúan, se dan cuenta de que la Casa Roja es un lugar especial donde pueden encontrar la felicidad y la tranquilidad.
Al visitante que acabara de recorrer la avenida de acceso bajo el tórrido sol de agosto la puerta abierta de la Casa Roja revelaba un asilo deliciosamente acogedor, cuya sola vista refrescaba. Era una ancha construcción con techo bajo, vigas de encina, paredes de marfilina blancura y ventanas protegidas por cortinas azules. Puertas distribuidas a derecha e izquierda conducían a las diversas dependencias de la vivienda; mas, frente a vosotros, así que acabáis de entrar, otras ventanas hay que se abren sobre un cuadrado de césped, de suerte que entre estas dos filas de ventanas abiertas que se miran unas a otras, el poco de aire que la pesadez de la atmósfera canicular permitía, circulaba agradablemente. Una escalera de anchos y bajos peldaños ascendía a lo largo de la pared de la derecha, y girando hacia la izquierda, os conduce a una galería desde la que podéis ganar directamente vuestra habitación; esto, naturalmente, en el caso en que os hayan autorizado a permanecer hasta el día siguiente. En cuanto al señor Robert Ablett, sus intenciones a este respecto eran aún desconocidas.
Cuando Audrey atravesaba el hall, no pudo reprimir un estremecimiento al percibir bruscamente al señor Cayley, que discretamente sentado delante de una de las ventanas de la fachada, leía. A decir verdad, no había ninguna razón para que no estuviese en aquel sitio, por cierto que más fresco que el campo de golf en un día tan sofocante. Pero durante toda aquella primera parte de la tarde la casa había respirado una atmósfera tal de soledad -como si todos sus huéspedes hubieran partido o, solución más razonable aún, hubieran subido a sus habitaciones para dormir la siesta-, que Audrey quedó muy sorprendida de encontrar al primo de su patrón: el señor Cayley. Al verlo, dejó escapar una ligera exclamación, enrojeció y dijo:
-Oh, perdóneme señor, no lo había visto.
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