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El mismo día en que todos los miembros de la familia del multimillonario Simeon Lee se encuentran en la mansión de éste, dispuestos a celebrar la Navidad, se produce el brutal asesinato del anfitrión. Dadas las circunstancias del crimen, cometido inmediatamente después de que la víctima se pusiera en contacto con la policía para denunciar el robo de unos diamantes, todos los parientes resultan sospechosos. Hasta que Poirot aparece en escena y logra esclarecer el caso.
Navidades tragicas, de Agatha Christie
"Navidades trágicas" es una novela de Agatha Christie, y su título en español es "Las navidades trágicas".
La trama de la novela gira en torno a la familia Arden, que ha pasado las navidades anteriores en su lujoso castillo en el sur de Francia. Sin embargo, esta vez, la familia se encuentra en una mansión en el campo inglés debido a un problema de calefacción en su casa habitual. Allí, comienzan a suceder una serie de eventos extraños y misteriosos que ponen en peligro la vida de algunos de los miembros de la familia.
La novela es conocida por su intrincado argumento y por la forma en que Agatha Christie desenvuelve la trama, manteniendo a los lectores en vilo hasta el final. Es una de las obras más famosas de la autora y una de las mejores novelas de misterio y suspense de todos los tiempos.
Si ahora estuviese en África del Sur. Le invadió una súbita e intensa añoranza. Sol, cielos azules, jardines de flores azules, blancas, amarillas, creciendo profusamente por todos los lados.
En cambio, aquí, barro, suciedad y masas inacabables de gente en continuo movimiento y lucha. Atareadas hormigas moviéndose afanosas alrededor de su hormiguero. Por un momento pensó:
«¡Ojalá no hubiese venido!».
Luego recordó sus propósitos y sus labios se cerraron en una fina línea. No. Tenía que seguir adelante. Durante años había proyectado aquello. Siempre pensó hacer lo que iba a realizar ahora. ¡Sí, tenía forzosamente que seguir adelante!
Aquella súbita indecisión, aquel preguntarse: «¿Para qué? ¿Vale realmente la pena? ¿Por qué escarbar en el pasado? ¿Por qué no dejarlo correr?», todo eso era solamente debilidad. No era ya un hombre para desechar sus propósitos por el capricho de un momento. Tenía cuarenta años, se sentía seguro de sí mismo. Llegaría hasta el fin. Realizaría aquello que le hizo venir expresamente a Inglaterra.
Subió al tren y avanzó por el pasillo en busca de un asiento. Había rechazado la ayuda de un mozo y llevaba él mismo su maleta de piel. Fue recorriendo vagón tras vagón. El tren estaba lleno. Faltaban sólo tres días para Navidad. Stephen Farr contemplaba, disgustado, los rebosantes vagones.
¡Gente! ¡Gente por doquier! Y todo el mundo con un aspecto igual, horriblemente igual. Los que no tenían cara de cordero tenían cara de conejo, pensó. Algunos runruneaban y resoplaban. Otros, sobre todo hombres de mediana edad, gruñían como cerdos. Hasta en las muchachas delgadas, rostros ovalados, labios rojos, había una depresiva uniformidad.
Con súbita añoranza recordó el amplio vedlt, tostado por el sol, vacío de gente.
Y de pronto contuvo el aliento. Acababa de entrar en otro vagón. Aquella muchacha era distinta. Cabello negro, marfileña palidez, ojos con la profundidad y las tinieblas de la noche en ellos. Los tristes y orgullosos ojos del sur. El que aquella mujercita estuviera sentada en aquel tren, entre aquella gente opaca e impersonal, obedecía a algún inexplicable error. No podía ser que viajara en dirección a las Midlands. Su puesto estaba en un balcón, jugueteando con una rosa o un clavel, y a su alrededor el ambiente debía estar cargado de polvo, de calor y olor de sangre y de arena. Tenía que estar en algún sitio espléndido, no hundida en un vagón de tercera clase.
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