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Extracto: '...pero de ti, nadie nunca llegó a hartarse. El que recibe trece talentos, con mucha más gana quiere conseguir dieciséis. Y si los logra, quiere cuarenta, y dice que no vale la pena vivir si no los llega a tener.'
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Dinero de Aristofanes
Sin embargo, debo informarte que el libro "Dinero" no existe en realidad, ya que Aristófanes es un autor griego del siglo V a.C. y su obra más famosa es "Los nibelungos".
"Dinero" no es un título conocido de Aristófanes, por lo que no tiene una síntesis en español. Sin embargo, si te interesa la obra de Aristófanes, te recomiendo leer "Los nibelungos", que es una comedia griega que aborda temas como la ambición, la vanidad y la corrupción política.
(Cuando reaparece CARIÓN en escena, han regresado ya del templo de Asclepio.)
CARIÓN. ¡Ancianos que tantas veces os habéis contentado con mojar cachitos de pan en la sopa cuando las fiestas de Teseo!
, ¡qué buena suerte os ha caído, qué bien os van las cosas a vosotros y a todos los que llevan una vida honrada!
CORIFEO. Buen hombre, ¿qué pasa con tus amigos? Parece que vienes a anunciarnos algo bueno.
CARIÓN. El amo es afortunadísimo, y más aún lo es Dinero en persona, pues, de ser ciego, ahora «ha recobrado la vista y la luz de sus ojos gracias a Asclepio, sanador benévolo»
CORIFEO. Me das una gran alegría, y un motivo de alzar mi voz.
CARIÓN. Es tiempo de alegría, queráis o no.
CORIFEO. Voy a celebrar con mi clamor a Asclepio, el de gloriosa descendencia
, gran orgullo para los mortales.
(La mujer de CRÉMILO sale de su casa.)
MUJER. ¿Qué gritos son éstos? ¿Hay alguna buena noticia? Con ganas de oírla llevo sentada bastante tiempo esperando a éste. (Señala a CARIÓN.)
CARIÓN. Deprisa, deprisa, ama, trae vino, para que tú también bebas -(Aparte) y eso que sueles hacerlo tú sola con frecuencia-, porque te traigo todos los bienes del mundo juntos.
MUJER. Y, ¿dónde están?
CARIÓN. En mis palabras; lo sabrás en seguida.
MUJER. Acaba ya de decir lo que sea de una vez.
CARIÓN. Atiende entonces, que te voy a contar todos los líos de los pies a la cabeza.
MUJER. Mejor que «en la cabeza»
no me caiga nada.
CARIÓN. ¿Ni siquiera las cosas buenas que acaban de pasarnos?
MUJER. Por lo menos, líos
no.
CARIÓN. Pues bien, cuando llegamos a toda prisa al templo del dios llevando al hombre este, que entonces era muy desgraciado y ahora está contento y feliz como nadie, en primer lugar lo llevamos al mar y lo lavamos.
MUJER. ¡Por Zeus, sí, sí, contento! ¡Un hombre anciano lavado en un mar helado!
CARIÓN. Luego fuimos al sagrado recinto del dios
. Y después de dedicar tortas y sacrificios, «ofrendas para la llama de Hefesto»
, recostamos a Dinero según lo prescrito. Y cada uno de nosotros se preparó un jergón de hojas.
MUJER. ¿Había más gente para rogar al dios?
CARIÓN. Sí, sobre todo un tal Neoclides, que es ciego, pero que en robar supera a los videntes
, y muchas otras personas con toda clase de enfermedades. Cuando el servidor del dios apagó las lámparas y nos indicó que durmiéramos, diciéndonos que mantuviéramos silencio si alguno oía ruido, todos nos tumbamos en orden y concierto. Pero yo no podía dormirme, que me tenía en vilo una tartera de gachas que una viejecita tenía cerca de la cabeza: yo ardía en deseos de deslizarme hacia ella. Después levanté la vista y observé que el sacerdote cogía de la mesa sagrada los pasteles y los higos secos. A continuación hizo un recorrido completo por todos los altares por si había quedado alguna ofrenda en alguna parte. Y si era así las consagraba… en su bolsa. Así es que yo, pensando que era una acción muy santa, me levanté para acercarme a la tartera de las gachas.
MUJER. ¡Sinvergüenza!; ¿no tenías miedo del dios?
CARIÓN. Claro que sí, ¡por los dioses!, por si llegaba antes que yo a la tartera, con sus guirnaldas y todo, que el sacerdote ya me había informado antes de que así lo haría. La cosa es que la viejecita, cuando me oyó hacer ruido, sacó la mano. Y yo, silbando, le pegué un mordisco, como si fuera la serpiente sagrada
. Ella retiró el brazo en cosa de un instante, se volvió a tumbar muy quietecita y se tapó bien, pero de miedo se tiraba unos pedos de olor más asqueroso que los de un gato
. Entonces yo ya pude meterme en el coleto una buena porción de gachas y luego, cuando me harté, lo dejé estar.
MUJER. Y el dios, ¿no se acercaba a vosotros?
CARIÓN. Aún no. Pero después de eso hice yo algo muy gracioso: cuando ya se acercaba me tiré un pedo enorme, pues mi tripa estaba hinchada.
MUJER. Seguro que en ese momento te cogió asco por culpa de eso.
CARIÓN. No creas, pero Yaso, que lo acompañaba, se puso un poco colorada, y Panacea
se dio la vuelta, tapándose la nariz; que mis pedos no son precisamente incienso.
MUJER. ¿Y él?
CARIÓN. Por Zeus, ni caso hizo.
MUJER. ¡Pues sí que describes a un dios bien patán!
CARIÓN. No, ¡por Zeus!, es que de oficio es comedor de excrementos
MUJER. ¡Anda ya, descarado!
CARIÓN. A continuación yo ya en seguida me tapé asustado, mientras aquél hacía su recorrido examinando uno por uno todos los casos con mucho interés. Después un esclavo puso a su lado un mortero de piedra, la mano del almirez y un cofrecito.
MUJER. ¿De piedra?
CARIÓN. No, ¡por Zeus!, el cofrecito no.
MUJER. Y tú, ¿cómo es que lo viste, maldito seas, si dices que estabas tapado?
CARIÓN. A través de la capa raída, que tiene un ciento de agujeros, ¡por Zeus!
En primer lugar se dedicó a Neoclides: empezó por preparar un emplasto triturado, echándole tres cabezas de ajo de Tenos
. Después lo machacó en el mortero mezclándole jugo de higuera y lentisco; luego lo diluyó con vinagre de Esfeto
y, volviéndole los párpados hacia arriba para que le doliera más, le puso encima el emplasto. El tipo empezó a dar gritos y grandes voces y se lanzaba a la huida, pero el dios le dijo riéndose: «Quieto ahí con el emplasto; así evitaré que pospongas los procesos en la Asamblea»
MUJER. ¡Qué amigo de la ciudad y qué listo es el dios!
CARIÓN. Después aún se sentó al lado de Dinero y, primero, le tanteó la cabeza; luego cogió un pañuelo limpio y le enjugó los párpados. Panacea le cubrió la cabeza y todo el rostro con una tela roja. Entonces el dios emitió un silbido y, en eso, se lanzaron desde el santuario dos serpientes de tamaño asombroso.
MUJER. ¡Dioses queridos!
CARIÓN. Y las dos se metieron suavemente por debajo de la tela roja y le lamían los párpados, o así me lo parecía a mí. Ama, en menos de lo que tú tardas en beberte hasta el final diez jarras de vino, Dinero se puso en pie con la vista normal. Yo batí palmas de alegría y desperté al amo. Al momento, el dios desapareció con las serpientes en el santuario. Los demás que estaban tendidos allí junto a Dinero, no veas cómo lo jaleaban: se quedaron despiertos toda la noche hasta que se hizo de día. Yo lo que hacía era elogiar al dios con todas mis fuerzas, porque devolvió rápidamente la vista a Dinero y porque dejó a Neoclides más ciego todavía.
MUJER. ¡Qué poderío el tuyo, rey soberano! Pero dime, ¿dónde está Dinero?
CARIÓN. Está en camino. Pero es que le rodeaba una muchedumbre enorme. Pues los que eran justos de antes y llevaban una vida humilde, todos lo saludaban y le daban la mano de alegría. En cambio, los que eran ricos y tenían mucha hacienda, habiéndola conseguido por medios nada honrados, fruncían las cejas y, al mismo tiempo, ponían mala cara. Pero, en fin, los otros iban detrás de él, con guirnaldas, sonrisas, con palabras de buen agüero, «y resonaban las zapatillas de los ancianos con sus bien acompasados pasos»
. Hala, todos, todos a una, danzad, brincad, tomad parte en el coro, que nadie, cuando lleguéis a casa, os dirá que ya no hay harina en el talego.
MUJER. Por Hécate, también yo quiero ponerte una corona… de pasteles, por ser mensajero de tan buenas noticias.
CARIÓN. No pierdas tiempo en eso, que los hombres están ya cerca de las puertas.
MUJER. Bueno, entonces entro a buscar los presentes de bienvenida para esos recién comprados… ojos
(Entra en su casa.)
CARIÓN. Yo quiero ir al encuentro de esta gente. (Abandona el escenario.)
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