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De la obra de Frederick Hardman, Peninsular Scenes and Sketches, fue traducida la parte de la Guerra de la Independencia, en la que se dedica principalmente en realzar la figura de El Empecinado y, secundariamente, la de Jerónimo Merino, traducida al español por Gregorio Marañón, durante su ausencia obligada de España durante los días trágicos de la Guerra Civil, y publicada en 1926 con el título El Empecinado visto por un inglés.Se cuenta en el libro de Hardman, entre otras aventuras, que la causa de que El Empecinado organizase una guerrilla contra la invasión francesa de 1808 fue, desconocemos si es verdad o invención literaria, la ira y el odio a los franceses suscitados por la ofensa que Juanita, su novia y los padres de ésta sufrieron de un sargento languedociano de los dragones franceses que habían pernoctado en Castrillo para recabar alimentos para las tropas invasoras.Como dice Marañón en el prólogo de la edición de 1943: «... se echaría de ver la autenticidad del presente libro, si fuera necesario probarla, en el componente de amor con que Hardman describe a España y a los españoles. Solo un extranjero, y casi nos atreveríamos a decir un inglés, podría decirlo así.»
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El Empecinado visto por un ingles de Frederick Hardman
El páramo había terminado y Juan Martín entraba en un camino pedregoso y estrecho, de cuyos pedernales arrancaban chispas los cascos de su caballo; a ambos lados crecían árboles silvestres, tan bajos que el jinete tenía que doblarse sobre el cuello del animal para que no le golpeasen en la cara. Estaba ya en la montaña y creyó que la persecución cesaría. Pero se equivocaba. Sonaban, cada vez más cerca, el ruido de los cascos y el jadeo del caballo enemigo. Comprendió entonces que era imposible escapar sin hacer frente a su implacable perseguidor, e inmediatamente resolvió lo que había de hacer. Llegado a un sitio donde la vereda hacía una revuelta muy pronunciada, volvió rápidamente su caballo y se abalanzó al francés, que llegaba en aquel instante, atenazándole entre sus brazos e impidiéndole hacer uso del sable, que blandía en la mano derecha.
El dragón era un hombre fortísimo, de seis pies de talla: uno de esos alsacianos de bigote rojo y largos cabellos, que se alistaron en las filas francesas y fueron excelentes soldados, por reunir la calma flemática de los alemanes con la vivacidad latina. Luchó resueltamente con su enemigo; pero su fuerza, y aun una fuerza doble de la suya, era nada ante los músculos de hierro y los dedos como tornillos del español.
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