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André Maurois es el seudónimo de Émile Herzog, novelista, ensayista y biógrafo francés, que fue miembro de la Academia Francesa y autor de una cuantiosa producción literaria que aborda diversos géneros. Durante la II Guerra Mundial luchó por la Francia libre como capitán del ejército francés, y debió refugiarse en Estados Unidos al negar su obediencia al gobierno pro-nazi de Vichy. Estuvo asimismo con las fuerzas aliadas en África del norte en 1943 y a su regreso a Francia le fue otorgada la Gran Cruz de la Legión de Honor. Autor inteligente y ameno, que gustaba de documentar rigurosamente sus obras, André Maurois fue además, un profundo conocedor del alma humana y recibió en vida el homenaje del mundo intelectual y la admiración del público. 'Siempre ocurre lo inesperado', publicado en 1945, reúne una serie de cuentos y relatos breves cuyo denominador común es la amabilidad y de los que el propio Maurois comenta: 'Muchos de estos cuentos son inéditos. Otros fueron publicados en revistas o en ediciones de tirada limitadísima. Todos fueron escritos en días de vida fácil y feliz. Esto explica su tono, más sorprendente hoy para mí que para nadie. Si en este momento dispusiera del tiempo preciso para componer cuentos, los haría muy distintos. Pero el lector, acaso, halle, en el curso de un viaje o de una velada, cierta complacencia en esta evocación de un mundo que tuvo su hora...'
Siempre ocurre lo inesperado de Andre Maurois
El título del libro que estás buscando en español es "Siempre ocurre lo inesperado" y fue escrito por André Maurois.
André Maurois (1897-1967) fue un escritor, ensayista y crítico literario francés, conocido por sus obras de literatura y biografía. "Siempre ocurre lo inesperado" es una de sus obras más famosas, en la que explora la naturaleza del azar y la sorpresa en la vida humana.
El libro es una reflexión filosófica sobre la naturaleza del mundo y la vida, y cómo el azar y la sorpresa son una parte inherente de nuestra experiencia cotidiana. Maurois argumenta que, aunque el azar puede ser desconcertante y difícil de entender, también es una fuente de crecimiento y aprendizaje.
esta mañana, Bertrand?
-¿Cómo puedo saberlo?
-El instinto hubiera debido advertirte. Ha sido una mujer a la que amaste mucho.
-¿Existe en el mundo una mujer que haya querido mucho, descontándote a ti?
-¡Qué ingrato eres, Bertrand!. ¿Y Beatriz?
-¿Qué Beatriz?
-¿Qué Beatriz?. Representas maravillosamente bien. ¿No te acuerdas ya de Beatriz de Saulges?
-¡Ah! Esa Beatriz. La creía en la China, en el Japón, Dios sabe dónde. ¿No estaba dando la vuelta al mundo?
-La ha dado. Anoche llegó al Havre.
-¿Y para qué diantre te ha telefoneado esta mañana?
-Para volver a tomar contacto. Después de tan larga ausencia, desea ver de nuevo a sus amigos. Es natural.
-No sabía que fuésemos amigos suyos.
-¡Bertrand! ¡Y pensar que estuve a punto de dejarte por esa mujer!. ¡Sí, claro que sí!. Me decía: «Si ya no le intereso, si necesita a otra, ¿para qué aferrarme a él? No tenemos hijos. Mi deber, supongo, sería el desaparecer.» Incluso visité a mi amigo Lancret a fin de preguntarle cómo se puede una divorciar sin escándalo, sin espectáculo. Lancret escuchó el relato de mis desgracias y me aconsejó paciencia. Estuve mucho tiempo vacilando, consultando. Y luego el sacrificio me pareció demasiado duro. Me quedé.
-Afortunadamente.
-Sí, afortunadamente. Quién iba a prever, querido, que amarías tan rápidamente. ¿Has olvidado que hace diez años no podías vivir una hora entera lejos de Beatriz, que acechabas todos los días su llamada al teléfono, que a una palabra suya abandonabas las citas más importantes y no cumplías las promesas más solemnes?. ¡Ah, ese repiqueteo matinal del teléfono!. Todavía lo oigo. Siempre me bacía latir precipitadamente el corazón. Y Amelia, si por casualidad te hallabas en mi dormitorio, sabía encontrar un acento cómplice y torpe para decirte: «Llaman al señor». Y entonces tú adoptabas un aire turbado, ingenuamente audaz. ¡Era terrible!
-Debía de ser, sobre todo, ridículo.
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