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¿Es lo mismo un espectro que un fantasma? ¿Por qué signos o incidentes se puede reconocer si uno de ellos habita una casa? ¿Qué condiciones debe reunir una casa, y cuánto tiempo tiene que pasar desde que fue inaugurada, para acoger a un fantasma? ¿Cuáles son sus reglas de etiqueta? ¿Y qué tratamiento debemos nosotros darles? ¿Por qué sale tan caro ser fantasma en un torreón? ¿Cobra algún sueldo por sus servicios, y, si es así, cuánto? ¿Qué se sabe de las reglas del Comité de Casas Encantadas? ¿Cómo se accede al título de fantasmaestre? Estas y otras preguntas hallarán su respuesta, por boca de un tremendo representante de esta clase especial de seres, en este libro, un breve poema jocoso donde Lewis Carroll, que fue ilustre miembro de la Society for Physical Research, combinó sus estudios y conocimientos sobre la materia con su proverbial sentido del humor. Fantasmagoría (1869), que aquí se publica, en versión de Javier La Orden, por primera vez en español, es una muestra genuina de la versatilidad y del ingenio de su autor.
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Fantasmagoria de Lewis Carroll
Me he resfriado ahí fuera».
Fijé la vista con asombro mudo
y vi ante mí, con ojos dilatados,
a un fantasma menudo.
En viéndome tembló y tras un asiento
se escondió presuroso.
«¿Cómo has entrado? ¿Qué es este portento?
Deja ya de temblar -dije-; me cansa
tanto estremecimiento».
«El cómo y el porqué de mi presencia
te contaré gustoso,
aunque -añadió con una reverencia-
te veo tan airado, que no creo
que escuches con paciencia.
Y, por lo que respecta a mi temor,
has de saber que a un trasgo
le asusta de la luz el resplandor,
del mismo modo que a un humano espanta
de la noche el color».
«Un trasgo -respondí- nunca se asusta.
No hay disculpa que valga,
pues al mortal visita cuando gusta,
mientras que a éste escapar no le es posible
de su figura adusta».
«No me creas -repuso- melindroso
por mostrar cierta alarma.
Pensé de veras que eras peligroso.
Te diré a lo que vine, ahora que veo
que no eres picajoso.
Solemos un hogar clasificar
en función de la cifra
de espíritus que puede cobijar
(y al dueño lo contamos por su
peso
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