El médico rural & El cura de aldea

Fragmento del libro

-Me preguntará por qué esta diferencia entre su habitación y la mía -prosiguió Benassis-. Óigame: siempre he sentido vergüenza por los que alojan a sus huéspedes bajo los tejados, dándoles esos espejos que desfiguran hasta tal punto que al mirarse en ellos uno puede creerse más pequeño o más grande que al natural, o enfermo, o atacado de apoplejía. ¿No debemos esforzarnos para que nuestros amigos hallen lo más confortable posible su pasajero alojamiento? La hospitalidad me parece a la vez una virtud, una dicha y un lujo; pero, bajo cualquier aspecto que la considere, sin exceptuar el caso en que se convierte en una especulación, ¿no se deben desplegar para el huésped y para el amigo los halagos y las caricias de la vida? Lógico, pues, que usted disfrute de los buenos muebles, de la caliente alfombra, de las colgaduras, del reloj de péndulo, de los blandones y la lamparilla y para usted los cuidados de Jacquotte, quien sin duda le ha puesto zapatillas nuevas, leche y un calentador. Espero que nunca se sentó más a gusto que en el blando sofá cuyo descubrimiento se debe al difunto cura, sin que sepa dónde lo descubrió, pero la verdad es que, en todo, para hallar los modelos de lo bueno, de lo bello y de lo cómodo, hay que recurrir a la Iglesia. En fin, espero que todo lo de su habitación le agrade. Hallará buenas navajas de afeitar, excelente jabón y los pequeños accesorios que hacen tan agradable el propio hogar. Pero, mi querido señor Bluteau, aun cuando mi opinión sobre la hospitalidad no consiguiese explicar la diferencia que hay entre nuestros aposentos, sin duda muy bien comprenderá la desnudez del mío y el desorden de mi gabinete cuando mañana sea testigo de las idas y venidas que tienen por objeto mi casa. En primer lugar, mi vida no discurre entre estas paredes, pues siempre estoy fuera. Si me quedo en casa, a cada momento vienen a verme los campesinos, toda vez que les pertenezco en cuerpo, alma y habitación. ¿Puedo permitirme refinamientos de la etiqueta, y los perjuicios por los inevitables estragos que involuntariamente me harían esas buenas gentes? El lujo sólo cabe en los palacios, en los castillos, en los tocadores de señoras y en las habitaciones de los amigos.