Los parientes pobres (2) & Los comediantes sin saberlo

Fragmento del libro

Aquel hombre acariciaba un sueño: deseaba establecerse en los bulevares; quería convertirse en un rico anticuario y llegar algún día a relacionarse directamente con los coleccionistas. Se trataba, por otra parte, de un temible negociante. Una costra polvorienta, formada por limaduras de hierro y sudor cubría su rostro. Se lo hacía todo él mismo; esto daba a su rostro un matiz tanto más impenetrable cuanto que el hábito del dolor físico le había dotado de la impasibilidad estoica de los viejos soldados de 1799. En lo físico, Rémonencq aparecía como un hombre bajo y enjuto, cuyos ojillos, dispuestos como los de los cerdos, ofrecían en su mirada de un azul frío la avidez concentrada, la astucia socarrona de los judíos, sin su aparente humildad, que oculta el profundo desprecio que sienten por los cristianos. Las relaciones entre los Cibot y los Rémonencq eran las propias del bienhechor y el agradecido. La señora Cibot, convencida de la excesiva pobreza de los auverneses, les vendía a precios fabulosos las sobras de Schmucke y de Cibot. Los Rémonencq pagaban por una libra de mendrugos y de miga de pan dos céntimos y medio, un céntimo y medio por una escudilla de patatas, y así sucesivamente. Nadie pensaba que el astuto Rémonencq hiciese negocios por su cuenta. Continuaba representando a Monistrol, lamentándose de que los ricos comerciantes le devoraban; de suerte que los Cibot compadecían sinceramente a los Rémonencq. Desde hacía once años, el auvernés no había vuelto a usar la chaqueta de pana, el pantalón y el chaleco del mismo material que antes llevaba; pero en el momento en que las abandonó estaban acribilladas por los remiendos cosidos gratis por la señora Cibot. Como puede observarse no son solamente judíos los israelitas.