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«Más fuerte que el Marqués de Sade», así calificó un crítico célebre Las once mil vergas, libro que Apollinaire publicó con sus iniciales entre 1906 y 1907, con destino a un círculo muy restringido y del que pronto todos los salones mundanos y literarios de París hablaron en voz baja. Las once mil vergas es una obra abundante en escenas conmovedoras que mezclan de forma armoniosa la pederastia, el safismo, la necrofilia, el bestialismo... con los registros literarios del gran autor de los Poemas a Lou.
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Las once mil vergas de Guillaume Apollinaire
Tone y Zulmé, encantadas de su farsa, rieron un buen rato; luego, sofocadas y arreboladas, continuaron sus caricias besándose y lamiéndose ante el corrido y estupefacto príncipe. Sus culos se alzaban cadenciosamente, sus pelos se mezclaban, sus dientes golpeaban los unos contra los otros, los satenes de sus pechos firmes y palpitantes se restregaban mutuamente. Al fin, retorcidas y gimiendo de voluptuosidad, se regaron mutuamente, mientras el príncipe sentía que volvía a empezarle una erección. Pero viendo a la una y a la otra tan fatigadas por su mutua masturbación, se volvió hacia Mira, que continuaba manipulando el miembro del vicecónsul. Vibescu se aproximó suavemente y haciendo pasar su bello miembro entre las gruesas nalgas de Mira, se insinuó en el coño húmedo y entreabierto de la preciosa muchacha que, sólo sentir que la penetraba la cabeza del nudo dio una culada que hizo que el aparato la penetrara completamente. Luego continuó sus desordenados movimientos, mientras que el príncipe le hacía titilar el clítoris con una mano y con la otra le cosquilleaba los pechos. Su movimiento de vaivén en el apretadísimo coño parecía causar un vivo placer a Mira, que lo demostraba con gritos de voluptuosidad. El vientre de Vibescu iba a dar contra el culo de Mira y el frescor del culo de Mira causaba al príncipe una sensación tan agradable como la causada a la muchacha por el calor de su vientre. Pronto los movimientos se hicieron más vivos, más bruscos; el príncipe se apretaba contra Mira que jadeaba apretando las nalgas. El príncipe la mordió en el hombro y la estrechó contra sí. Ella gritaba:
-¡Ah!, es bueno. Quédate aquí. Más fuerte. Más fuerte. Ten, ten, tómalo todo. Dámelo, tu esperma. Dámelo todo. Ten. Ten.
Y en una descarga común se derrumbaron y quedaron anonadados por un momento. Tone y Zulmé abrazadas en el canapé les miraban riendo. El vicecónsul de Servia había encendido un delgado cigarrillo de tabaco oriental. Cuando Mony se hubo levantado, le dijo:
-Ahora, querido príncipe, es mi turno; esperaba tu llegada y precisamente por eso me he hecho manipular el miembro por Mira, pero te he reservado el goce. ¡Ven, mi corazón, mi enculado querido, ven, que te la meta!
Guillaume Apollinaire
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