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Cyril Graham, un joven erudito y actor aficionado, está convencido de que detrás de las iniciales W.H. que figuran en la dedicatoria de los Sonetos de Shakespeare no se esconde, como la crítica daba por supuesto, William Herbert, conde de Pembroke, sino un joven actor de la compañía del poeta, y de quien éste al parecer se había enamorado, llamado Willie Hughes. Nunca sabremos si las iniciales W.H. escondían al propio Shakespeare, a su mecenas, Henry Wriothesley, o a un joven actor de la compañía del autor inglés. Lo que es seguro es que a Oscar Wilde le sobraba intuición, prosa y valentía, para adjudicar la pluma que firmó la dedicatoria de los sonetos de Shakespeare, al joven actor. De este modo, el escritor dublinés nos invita a descubrir la verdadera naturaleza de la relación del bardo con el actor.
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El retrato de Mister W H de Oscar Wilde
-Te has dejado llevar por el sentimiento de toda esta historia -dijo-. Olvidas que una cosa no es necesariamente verdad porque un hombre muera por ella. Yo era amigo leal de Cyril Graham; su muerte fue un duro golpe para mí, del que tardé años en rehacerme, y no creo que me haya rehecho nunca. Pero, respecto a Willie Hughes, no hay nada en la idea de Willie Hughes. No existió nunca tal persona. En cuanto a presentar toda la cosa ante el mundo, el mundo cree que Cyril Graham se mató accidentalmente. La única prueba de su suicidio estaba en el contenido de la carta que me escribió, y de esta carta el público nunca ha tenido noticia. Hasta hoy lord Crediton piensa que la cosa fue un accidente.
-Cyril Graham sacrificó su vida por una gran idea -respondí-; y si tú no quieres hablar de su martirio, habla al menos de su fe.
-Su fe -dijo Erskine- se adhirió a algo que era falso, a algo que era erróneo, a algo que ningún especialista shakesperiano aceptaría ni por un instante. Se reirían de la teoría. No hagas el ridículo, ni sigas una pista que no lleva a ninguna parte. Empiezas por asumir la existencia de la persona misma cuya existencia es lo que hay que probar. Además, todo el mundo sabe que los
Sonetos
se dirigieron a lord Pembroke; la cuestión quedó zanjada una vez por todas.
-¡La cuestión no está zanjada! -exclamé-. Tomaré la teoría donde Cyril Graham la dejó, y demostraré al mundo que él tenía razón.
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