El sendero en el bosque

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Título: El sendero en el bosque Autor: Adalbert Stifter Género: Otros

«Hay que advertir que el señor Tiburius, de joven, era un gran mentecato». Estas palabras son la carta de presentación del neurasténico, solitario y misántropo Tiburius Kneight que, hastiado de todo e instalado en una vida de lujo e indolencia, decide visitar un balneario siguiendo los consejos de un doctor algo chiflado que nunca receta medicamento alguno a sus pacientes. Porque, ¿quién creería a un doctor que prescribiera un paseo por un bosque, una caja de lápices, un cuaderno de dibujo, una cesta de abedul y una campesina que recoge fresas?Narrada con sencillez y frescura, El sendero en el bosque es un sorbo de agua de fuente en un día de calor. Un libro lleno de inocencia y sobriedad, pero también de una profunda sabiduría no exenta de destellos de mordacidad, para paladares acostumbrados a los mejores vinos.«Uno de los narradores más extraordinarios, enigmáticos, audaces y apasionantes de la literatura universal».Thomas Mann

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Portada del libro El sendero en el bosque

El sendero en el bosque, de Adalbert Stifter


Sinopsis

El título completo del libro de Adalbert Stifter en español es "El sendero en el bosque: una novela".

En este libro, Stifter narra la historia de un joven que se encuentra en un bosque y decide recorrer un sendero que lo lleva a descubrir la belleza y la profundidad de la naturaleza. A lo largo del camino, el joven se encuentra con diferentes personajes y situaciones que le enseñan valores importantes como la humildad, la compasión y la aceptación de la vida tal como es.

El libro es una obra maestra de la literatura austriaca y ha sido considerado como una de las mejores obras de la literatura alemana del siglo XIX. Es conocido por su estilo poético y su capacidad para transmitir la belleza y la profundidad de la naturaleza, así como la importancia de la introspección y la reflexión en la vida humana.

Fragmento del libro


Si alguien que conozca nuestra patria y nuestras montañas llega a leer estas líneas, reconocerá muy pronto el sendero del bosque al que me estoy refiriendo. Podrá recordar entonces los sentimientos que surgen al atravesarlo. Pero, posiblemente, a nadie le habría hecho cambiar tanto algo así como al señor Tiburius Kneight.


Ya he dicho que mi amigo había sido de joven un gran necio. Situación a la que había llegado por múltiples causas. En primer lugar por su padre, que ya había sido un mentecato memorable. Eran muchos los que contaban a Tiburius diferentes historias sobre su padre; por mi parte, mencionaré solo una que —por haber sido testigo de la misma— puedo acreditar. El padre de Tiburius Kneight tenía al principio muchos caballos que él mismo cuidaba, ensillaba y montaba. Como no estaba satisfecho con ellos y como los caballos no aprendían las instrucciones y entrenamientos que les inculcaba, echó al maestro de cuadras y vendió los animales a la décima parte de su precio. Eso para empezar. Vivió después durante todo un año en su dormitorio; dejaba allí siempre las cortinas echadas, de modo que sus débiles ojos pudieran reposar en la oscuridad. En cierta ocasión abrió la gaveta que había en un oscuro pasillo de madera —contiguo a su habitación— y, durante unos instantes, miró el camino de guijarros iluminado por el sol. Sí, no había duda: le dolían los ojos. La visión de la nieve, en particular, era para él absolutamente insoportable.


Consideraciones más amplias que estas no cabían en su mente. En el último periodo de esta fase de su vida puso en su ya oscurecida habitación un nuevo blindaje contra la ceguera y, transcurrido un año, empezó poco a poco a reñir a los médicos que le atendían. Los facultativos le recomendaban que se protegiera bien los ojos, pero él acumuló abominación e ignominia hacia toda la profesión médica, y decidió por su cuenta y riesgo que, en adelante, se trataría a sí mismo sin contar con ellos. Descorrió entonces las cortinas, abrió las ventanas y tiró abajo el pasillo de madera.


Así que, cuando el sol lucía especialmente cálido y radiante, se sentaba en el jardín sin sombrero, en medio del chorro de luz, y contemplaba el blanco muro de la casa. Fue así como padeció una inflamación en los ojos; sin embargo, cuando esta pasó, el padre de Tiburius quedó curado.



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