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'¡Quién pensaría que un incidente de tan poca importancia decidiría mi destino! En aquel tiempo yo era soltero y vivía en la casa de los colaboradores científicos. En uno de los atardeceres primaverales de Leningrado, estaba yo sentado en la ventana abierta de mi habitación y admiraba los árboles del boulevar, cubiertos de pelusa verde claro. Los pisos superiores de las casas ardían en los rayos pajizos del crepúsculo, mientras los bajos se sumergían en azules sombras.'Poco suponía el joven biólogo Leonid Vasilevich la serie escalofriante de aventuras en que se metería, al irse a la desolada meseta del Pamir en compañía de la joven y agraciada Antonina Ivanovna. El pacífico Leonid acabaría en la 'Estrella Ketz', maravillosa obra de ingeniería puesta en órbita a una altitud fabulosa sobre la superficie del globo terráqueo.
La estrella Ketz de Aleksandr Beliayev
La siposis del libro "La estrella Ketz" de Aleksandr Beliáyev en español es la siguiente:
"La estrella Ketz" es una novela de ciencia ficción escrita por el autor ruso Aleksandr Beliáyev en 1932. La historia se desarrolla en un futuro lejano, en un planeta llamado Ketz, donde una estrella ha sido capturada y utilizada como fuente de energía por una raza alienígena. Sin embargo, la estrella comienza a mostrar signos de vida y a interactuar con los seres humanos que viven en el planeta, lo que desencadena una serie de eventos que ponen en peligro la existencia de ambas razas.
La novela es conocida por su estilo únicamente descriptivo y su exploración de temas como la ciencia ficción, la filosofía y la ética.
El camino desde Andijan a Osha lo hicimos en avión ordinario. Su velocidad normal, no pequeña por cierto -cuatrocientos cincuenta kilómetros por hora- le pareció a Tonia de tortuga. Por si fuera poco, un motor empezó a ratear y tuvimos que efectuar un aterrizaje forzoso. Mientras el mecánico reparaba el motor, yo salí de la cabina y me tumbé en la arena. Pero esta era caliente en extremo. El sol abrasaba con sus rayos perpendiculares y no tuve más remedio que volver a la sofocante cabina.
Sudando a mares, maldecía en mi interior el viaje y soñaba con la fresca llovizna de Leningrado.
Tonia estaba nerviosa, temiendo retrasarse en Osha al despegue del dirigible. Para desdicha mía, no llegamos tarde y aterrizamos en el aeródromo con media hora de anticipación a la salida del dirigible. Este gigante metálico debía trasladarnos a la ciudad de Ketz. Corrimos hacia la torre de amarre, subimos rápidamente en el ascensor y entramos en la góndola.
El viaje en el dirigible dejó en mí un agradable recuerdo. Los camarotes de la góndola estaban refrigerados y bien ventilados. La velocidad era tan sólo de doscientos kilómetros por hora. Ni balanceo, ni trepidaciones y ausencia absoluta de polvo. Almorzamos magníficamente en la sala de oficiales. En la sobremesa se oían nuevas palabras: Alay, Karakul, Jorog.
El Pamir desde las alturas me produjo una impresión bastante sombría. No en balde este «techo del mundo» es también llamado «estribo de la muerte». Ríos de hielo, montañas, desfiladeros, morrenas, paredes de hielo y nieve coronadas por dientes de piedra negra, eran los adornos fúnebres de estas montañas. Y abajo en las profundidades tan sólo pastos de un intenso verdor.
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