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El agente secreto (1907), una de las mejores obras de Conrad, se basa en los hechos históricos que rodearon el atentado anarquista contra el observatorio de Greenwich en 1894. El protagonista, Verloc, tiene encomendada la tarea de promover la actividad política entre un grupo de anarquistas llegados a Londres desde distintos países. Utiliza como cobertura de sus operaciones una tienda en los bajos fondos londinenses, que oculta su actividad como agente provocador a sueldo y que trabaja simultáneamente para la policía londinense y para una nación extranjera. Verloc es obligado a organizar un acto terrorista con la intención de que la autoría recaiga en los grupos anarquistas. Pero al final... El agente secreto es un relato tenso, una obra de época que narra una historia muy actual en lo que al terrorismo y manipulación política se refiere. Para presentarlo, Conrad utiliza el narrador omnisciente que adopta el punto de vista irónico, lo que le permite manifestar su opinión sobre la revolución anarquista con desdén o lástima, y satirizar la costumbres establecidas a través de la crítica a la policía londinense. Conrad es un maestro en la descripción interior de los personajes, que realiza de forma detallada, entrando a fondo en sus conciencias para descubrir los motivos de sus acciones. En las descripciones de ambientes utiliza la técnica impresionista, a veces de pinceladas oscuras y tenebrosas, que recuerdan la novela gótica. Los personajes son antihéroes, oscuros y extraños, poco atractivos, en consonancia con la concepción fatalista de la vida que tiene el autor. La novela supera la mera intriga, ya que Conrad plasma en la narración su filosofía de la vida y sus exigencias artísticas. El género se convierte así en vehículo de crítica político-social y humana, y de sátira de las costumbres establecidas.
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El agente secreto de Joseph Conrad
Cuando algo lo asustaba y confundía, bizqueaba de modo horrible. No obstante, nunca tuvo ataques, lo cual era alentador, y frente a los naturales estallidos de impaciencia de su padre, en los días de la infancia, siempre pudo correr a refugiarse tras las cortas faldas de su hermana Winnie. Por otro lado, bien se lo podía considerar sospechoso de poseer un oculto acopio de picardía atolondrada. Cuando cumplió catorce años, un amigo de su difunto padre, agente de una firma extranjera productora de leche envasada, le dio una oportunidad como cadete de oficina. En una tarde neblinosa, el muchacho fue descubierto, en ausencia de su jefe, muy ocupado con una fogata en la escalera. Había encendido, en rápida sucesión, una ristra de retumbantes cohetes, iracundas ruedas de fuego artificial, recios buscapiés explosivos; y la cosa se hubiera podido poner muy seria. Un tremendo pánico cundió en todo el edificio. Oficinistas sofocados, con la ropa en desorden, corrían por los pasillos llenos de humo; hombres de negocios, mayores, con sus galeras de seda, rodaban, separados, escaleras abajo. Stevie no parecía haber obtenido ninguna gratificación personal a partir de lo que había hecho. Sus motivos para ese ataque de originalidad eran difíciles de descubrir. Sólo mucho más tarde Winnie obtuvo de él una nebulosa, confusa confesión. Parece que los otros dos mandaderos del edificio lo influyeron con relatos de opresión e injusticia, hasta llevar su compasión a un grado de frenesí. Pero el amigo de su padre, por supuesto, lo despidió sumariamente, acusándolo de querer arruinar su negocio. Después de ese arranque altruista, Stevie fue ubicado como ayudante de lavaplatos en la cocina de la planta baja y como lustrabotas de los caballeros que apoyaban la mansión de la plaza Belgravia. Era seguro que no había futuro en ese trabajo: los caballeros daban al muchacho, de vez en cuando, un chelín de propina. Mr. Verloc se mostró como el más generoso de los inquilinos. Pero, con todo, ello no significó un gran aumento de las ganancias y expectativas; así que, cuando Winnie anunció su compromiso con Mr. Verloc, su madre no pudo menos que preguntarse, con un suspiro y una mirada hacia la cocina, qué iría a ocurrir, en adelante, con el pobre Stevie.
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