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«La doncella de la mula» y «El caballero de la espada» son dos breves «romans» artúricos de la primera década del siglo XIII que tienen como protagonista a Gauvain, sobrino del rey Arturo, y el más perfecto caballero de la Tabla Redonda. «La doncella de la mula» comienza en la corte de Arturo de Bretaña, al acudir una doncella montada en una mula sin freno, diciendo, desesperadamente, que si un caballero le trajera el freno que le ha sido arrebatado, volvería a ser feliz. Varios caballeros de la Tabla Redonda se ofrecen a ello, pero es Gauvain quien se lanza a su búsqueda. El camino es difícil y los peligros son múltiples y cada vez mayores: serpientes, leones, dragones, sanguinarios caballeros y, también, la magia del castillo giratorio y las fieras salvajes saldrán al paso de la aventura de Gauvain. En «El caballero de la espada», Gauvain llega a un castillo en donde debe soportar las exigencias de su despótico señor, pues lo contrario le acarrearía la muerte. Este es el motivo por el que tiene que pasar la noche con su hija, en un aposento donde penden una espada sobre el lecho, que lo hiere cada vez que intenta una aproximación amorosa. Isabel de Riquer es profesora de Literaturas Románicas en la Universidad de Barcelona.
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El caballero de la espada La doncella de la mula de Anonimo
El título completo del libro que estás buscando es "El caballero de la espada y la doncella de la mula", obra anónima del siglo XIII.
La siposis del libro en español es la siguiente:
"El caballero de la espada y la doncella de la mula es una obra literaria anónima del siglo XIII que narra la historia de un caballero andante que, en su búsqueda de la felicidad y la justicia, se encuentra con una serie de personajes y situaciones que le llevan a reflexionar sobre la naturaleza de la vida y la sociedad de su época.
La historia sigue a un caballero llamado Don Enrique, que viaja por diferentes lugares en busca de la felicidad y la justicia. En su camino, se encuentra con una doncella llamada Dulcinea, con la que se enamora.
Entonces Gauvain agarró el escudo y se lo puso delante del pecho, y se lanzaron uno contra el otro, con todo el ímpetu que les daban sus caballos; el caballero le golpeó con tal violencia debajo de la bloca del escudo teñido, que se lo partió y los pedazos volaron arriba y abajo, a un tiro de dardo. Gauvain le golpeó, a su vez, en el primer cuartel del escudo, y creo que con tanta fuerza que caballo y caballero juntos fueron derribados, y él quedó sumergido en un pantano, con el caballo entre las piernas. Sacó, entonces, Gauvain su espada de acero y se abalanzó sobre él tan rápidamente como pudo; desmontó y le agarró con las manos, y sujetándole de bruces, en tierra, le golpeó en la cara y en la cabeza, dejándole aturdido, empleando toda su fuerza, lleno de odio hacia aquel que tanto mal y oprobio le había hecho. No cesaba Gauvain de golpearle y de maltratarle; le levantó el faldón de la loriga, y con rapidez le dio con su afilada espada un golpe que le atravesó el costado, y no lo soltó hasta que se sintió vengado. No prestó atención ni al caballo, ni a la loriga, ni al escudo, sino que se apresuró a llamar a los lebreles que tanto quería, y que tan bien se lo habían demostrado a él. Sin detenerse, fue en busca de su corcel que iba de aquí para allá, por el bosque; con rapidez lo alcanzó, y sin necesitar para nada los estribos, de un salto montó en la silla.
—Señor —dijo la doncella—, por Dios y por vuestro honor, os ruego que no me abandonéis aquí, sería una gran villanía por vuestra parte. Aunque me comporté como una necia y atolondrada, no me hagáis sufrir por ello. No me atreví a irme con vos porque tuve miedo cuando os vi tan pobremente armado, y que al otro, en cambio, no le faltaba nada, tan buenas armas llevaba.
—Bella amiga —le dijo—, todo esto es inútil; de poco os sirve vuestra mentira, porque no tiene ningún valor, como mentira que es. Fidelidad, amor y naturaleza de tal clase se puede encontrar con frecuencia en la mujer; quien quiere recoger en su campo el trigo que no ha sembrado y quien quiere buscar en la mujer algo que no existe en su naturaleza, no obra con sensatez, porque ésta ha sido su costumbre desde que Dios creó a la primera. Quien más se esfuerza en servirlas y más bienes y honores les ofrece más se arrepiente luego, al llegar al final; y quien las honra y las sirve mejor, más se entristece luego y más pierde. Tus preocupaciones por mí no provenían de ninguna inquietud por mi honor o por mi vida, sino que aparecían por otros motivos. Dice el villano: al final, bien se ve que todo puede ser comprobado. Aquel que encuentra a la mujer mentirosa y falsa, y, a pesar de ello, la quiere, la ama y la proteje, ¡guárdele Dios! Y, ahora, quedaos sola con vuestra compañía.
No esperó más, la abandonó allí, y nunca supo qué fue de ella.
Gauvain volvió a tomar el camino. Mientras cabalgaba por el bosque iba pensando en su aventura, hasta que llegó a su país. Gran júbilo demostraron sus amigos, pues creían haberlo perdido para siempre. Les contó la aventura que le había sucedido, de cabo a rabo, y ellos le escucharon gustosamente; cuando, al principio, era una aventura bella y sin embargo peligrosa, y luego fea y enojosa porque perdió a su amiga; y cómo, después, combatió peligrosamente por los lebreles, y así llegó hasta el final.
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