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La colección de cuentos que figuran en esta obra fueron escritos entre 1881 y 1889 y han sido seleccionados en base a su contenido caracterizado por historias donde el amor y el sexo juegan un papel predominante en ámbitos provincianos o rurales. En ellos hay prostitutas en un día de descanso, provincianas en busca de amores prohibidos, enamoradas en escenarios exóticos y personajes femeninos de singular delicadeza moral. Ni que decir tiene que en esta obra el vocablo erótico está desposeído de cualquier connotación peyorativa que pueda aplicársele ya que aquí pretende ser sinónimo de relación galante. La mayoría de los cuentos giran en torno a una situación simple desarrollada en muy pocas páginas; también es frecuente el recurso literario, propio de la tradición oral, del narrador que relata una historia a su atento auditorio.
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La Casa Tellier y otros cuentos eroticos de Guy de Maupassant
En el acto Philippe inició una viva polca, y el señor Tournevau se lanzó a ella con la hermosa judía a quien mantenía en el aire, sin dejar que sus pies tocaran el suelo. El señor Pimpesse y el señor Vasse se habían sumado a ellos con renovado impulso. De vez en cuanto una de las parejas se detenía junto a la chimenea, para trasegar una copa de vino espumoso; la danza amenazaba con eternizarse, cuando Rosa entreabrió la puerta con una palmatoria en la mano. Estaba con el pelo suelto, en chancletas, en camisa, muy animada, muy roja: «Quiero bailar», gritó. Raphaële preguntó: «Y tu tío?» Rosa rió a carcajadas: «¿Ese? Ya duerme, se duerme enseguida.» Agarró al señor Dupuis, que se había quedado de brazos caídos en el diván, y la polca recomenzó.
Pero las botellas estaban vacías: «Yo pago una», declaró el señor Tournevau. «Yo también», anunció el señor Vasse. «Y yo lo mismo», concluyó el señor Dupuis. Entonces todos aplaudieron.
La cosa se organizaba, se convertía en un auténtico baile. De vez en cuando, incluso, Louise y Flora subían a toda prisa, daban rápidamente una vuelta de vals, mientras sus clientes, abajo, se impacientaban; después regresaban corriendo a su café, con el corazón henchido de pesadumbre.
A medianoche seguían bailando. A veces una de las chicas desaparecía, y cuando la buscaban para hacer una mudanza, se daban cuenta de pronto de que uno de los hombres faltaba también.
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