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eorges es considerada la primera obra maestra en el género novelesco de Alejandro Dumas. La novela recrea el periodo entre 1810 a 1824 en la isla Mauricio, colonia de Francia en el océano indico, que junto con otras islas del mar caribe, se dedicaban a las plantaciones agrícolas y donde fueron introducidos como esclavos muchos negros provenientes de África. En esta novela se pueden reconocer rasgos del gran novelista detrás de sus protagonistas, porque Dumas utiliza como tema central el racismo, acentuado en las colonias con la existencia de la esclavitud. Aunque este es un tema que sufrió el propio autor, por sus antecedentes familiares, es raramente utilizado en sus obras.
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Georges de Alejandro Dumas
La síntesis en español del libro "Georges" de Alejandro Dumas es:
"Georges" es una novela escrita por Alejandro Dumas en 1843, que cuenta la historia de un joven llamado Georges Dandin, quien es confundido con un hombre rico y apasionado llamado el conde de Sancy. La trama sigue a Georges mientras intenta mantener su engaño y evitar ser descubierto, mientras también se enamora de la hermosa lady de Monsoreau.
La novela es una obra maestra de la literatura francesa y ha sido considerada como una de las mejores obras de Dumas. Es una historia de intriga, romance y aventuras que mantiene al lector pegado a la historia hasta el final.
Pues bien, ese paraíso que soñabas existe; ese edén que ambicionabas te está esperando; ese arroyo que debe acunar tu somnolienta siesta cae en cascada y se convierte en espuma; la palmera que debe albergar tu sueño ofrece a la brisa del mar sus largas hojas, semejantes al penacho de un gigante. Los yambos, cubiertos de frutos irisados, te ofrecen su fragante sombra. Sígueme, ven conmigo.
Ven a Brest, esa ciudad hermana de la comerciante Marsella, centinela armado que vela sobre el océano. Y aquí, de entre el centenar de barcos que se refugian en su puerto, escoge una de esas bricbarcas de fondo estrecho, velas ligeras y mástiles esbeltos, como las de los osados piratas que describe el rival de Walter Scott, el poético novelista de la mar. Justamente estamos en septiembre, el mes propicio para los largos viajes. Sube a bordo del navío al que hemos confiado nuestro destino común, dejemos atrás el verano y boguemos al encuentro de la primavera. ¡Adiós, Brest! ¡Hola, Nantes! ¡Hola, Bayona! ¡Adiós, Francia!
¿Ves, a nuestra derecha, aquel gigante que se alza a diez mil pies de altura, cuya cabeza de granito se pierde entre las nubes, por encima de las cuales parece estar colgada, y a través de cuya agua transparente se distinguen las raíces de piedra que se van hundiendo en el abismo? Es el pico de Tenerife, la antigua Nivaria, punto de encuentro de esas águilas del océano que ves girar entorno a sus nidos y que apenas te parecen más grandes que las palomas. Sigamos adelante, no es ése el objetivo de nuestra ruta; esto no es sino el parterre de España, y yo te he prometido el jardín del mundo.
¿Ves, a nuestra izquierda, ese peñasco desnudo y sin verdor que arde incesantemente bajo el sol de los trópicos? Es la roca donde estuvo encadenado durante seis años el Prometeo moderno; es el pedestal donde Inglaterra elevó la estatua de su propia vergüenza; es el trasunto de la hoguera de Juana de Arco y del patíbulo de María Etuardo; es el Gólgota político que, durante dieciocho años, fue el piadoso lugar de encuentro de todos los navíos; pero tampoco es ahí donde te llevo. Sigamos, nada hay ahí que podamos hacer: la regicida Santa Helena quedó viuda de las reliquias de su mártir.
Ahí está el cabo de las Tormentas. ¿Ves aquella montaña que se yergue entre las brumas? Es el mismo gigante Adamástor que se le apareció al autor de Los Lusíadas. Estamos pasando ante el extremo de la tierra; esa punta que avanza hacia nosotros es la proa del mundo. Mira cómo el océano rompe en ella, furioso pero impotente; porque tal bajel no teme las tormentas, ya que navega rumbo al puerto de la eternidad, con Dios mismo por piloto. Sigamos, pues más allá de aquellas verdes montañas encontraremos tierras áridas y desiertos quemados por el sol. Sigamos: te he prometido aguas frescas, dulces sombras, frutos siempre maduros y flores eternas.
Saludemos al océano índico, hacia el que nos empuja el viento del oeste; saludemos al escenario de Las mil y una noches; nos acercamos al fin de nuestro viaje. He aquí la melancólica Borbón, eternamente roída por un volcán. Dediquemos una mirada a sus llamas y una sonrisa a sus perfumes; marchemos aún a varios nudos y pasemos entre la isla Plate y el Coin-de-Mire; doblemos la punta de los Cañoneros; detengámonos ante el pabellón. Echemos el ancla, la rada es buena; nuestra bricbarca, fatigada por la larga travesía, reclama descanso. Ya hemos llegado: esta tierra es la tierra afortunada que la naturaleza parece haber ocultado en los confines del mundo, como una madre celosa oculta de las miradas profanas la belleza virginal de su hija. Esta tierra es la tierra prometida, es la perla del océano índico, es la Isla de Francia.
Ahora, casta hija de los mares, hermana gemela de Borbón, rival agraciada de Ceilán, deja que levante una punta de tu velo para mostrarte al amigo extranjero, al fraternal viajero que me acompaña; deja que te desate el ceñidor, ¡oh, hermosa cautiva!, pues somos dos peregrinos de Francia, y acaso algún día Francia pueda recuperarte, rica hija de la India, a cambio de algún pobre reino de Europa.
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