Libro del caballero Zifar

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Título: Libro del caballero Zifar Autor: Anónimo Género: Clásica

El libro del caballero Zífar es la historia de un caballero que tenía mujer, Grima, y dos hijos pequeños. Era muy buen caballero, pero tenía la desgracia de que se le moría el caballo cada diez días y se vio obligado a abandonar el reino en que sus antepasados habían sido reyes... Así se inicia esta obra, la primera novela de caballerías que se conserva escrita en castellano. Las aventuras están precedidas de un Prólogo, en el que se cuentan detalles del jubileo que el Papa Bonifacio VIII organizó en 1300, con datos confirmados por la historia. Zifar es la vida de un santo, es una traducción del árabe, es un tratado de educación de príncipes, es una 'novela' realista, es un 'romance' fantástico, es una novela bizantina, es un 'sermón universitario' y es mucho más... (De la Introducción de J. González Muela)

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Portada del libro Libro del caballero Zifar

Libro del caballero Zifar de Anonimo


Sinopsis

El libro "Libro del caballero Zifar" es una obra anónima del siglo XIII, y su título completo en español es "Libro del caballero Zifar: libro de la caballería y de la vida del caballero".

La siposis del libro en español es la siguiente:

"El Libro del caballero Zifar es una obra didáctica que enseña la caballería y la vida del caballero. En él se abordan temas como la virtud, la justicia, la cortesía, la generosidad, la paciencia, la humildad, la fe y la esperanza. El libro también incluye consejos prácticos sobre cómo comportarse en diferentes situaciones sociales y cómo vivir una vida virtuosa.

El autor del libro es anónimo, por lo que no se conoce su nombre exacto. Sin embargo, se sabe que fue escrito en el siglo XIII en la corte de Alfonso X el Sabio, rey de Castilla y León.

Fragmento del libro


Un caballero bueno de los quinientos se levantó y dijo así: «Señor, nos has por qué agradecer a ninguno este hecho sino a Dios primeramente, y a un caballero que nos dio tu mayordomo porque nos guiásemos, que decía que era su sobrino; que bien me semeja que del día en que nací no vi un caballero tan hermoso armado, ni tan bien cabalgante en un caballo, ni que tan buenos hechos hiciese su gente como él esforzaba a nos; ca cuando una palabra nos decía semejábanos que esfuerzo de Dios era verdaderamente. Y dígote, señor, verdaderamente, que en lugares nos hizo entrar con el su esfuerzo que si donde dos mil caballeros tuviese, no más me atrevería a entrar. Y si cuidas que yo en aquello miento, ruego a estos caballeros que se acertaron y, que te lo digan si es así». «Señor», dijeron los otros, «en todo te ha dicho verdad, y no creas, señor, que en tan pequeña hora como nos habemos aquí estado se pudiesen contar todos los bienes de este caballero que nos en él vimos». «¿Pues qué será?», dijo el Rey: «¿quién diremos que descercó este lugar?». «No lo pongáis en duda, señor», dijo el caballero de los quinientos, «que este la descercó de quien ahora hablamos, por su ventura buena». «Mas según esto», dijo el Rey, «seméjame que le habremos a dar la Infante mi hija por mujer». «Tuerto harías», dijo el caballero bueno, «si no se la dieses; ca bien lo ha merecido a ti y a ella».


Un hijo de un conde, y muy poderoso, que era y, levantose en pie y dijo: «Señor, tú sabes que muchos condes y muchos hombres buenos de alta sangre fueron aquí venidos para servirte, y además para mientes a quien das tu hija; ca por ventura la darás a hombre de muy bajo lugar que no sería tu honra ni del tu reino; piensa más en ello y no te arrebates». «Ciertas», dijo el Rey, «yo lo he pensado de no fallecer en ninguna manera de lo que prometí, ni fallecería al más pequeño hombre del mundo». «Señor», dijo el hijo del Conde, «sabe antes de la Infante si querrá». «Cierto soy», dijo el Rey, «que ella querrá lo que yo quisiere, mayormente en guarda de la mi verdad». «Señor», dijeron todos, «envía por tu mayordomo y que traiga al caballero que decía que era su sobrino». Y el Rey envió por el mayordomo y por el Caballero de Dios, y ellos vinieron muy bien vestidos, y comoquiera que el mayordomo era muy apuesto caballero, toda la bondad le tollía el Caballero de Dios. Y cuando entraron por el palacio donde toda la gente estaba, y tan gran sabor habían de verlo que todos se levantaron a él, y a grandes voces dijeron: «Bien venga el Caballero de Dios». Y entró de su paso delante el mayordomo; ca el mayordomo por hacerle honra no quiso que viniese en pos él. El caballero iba inclinando la cabeza a todos y saludándolos, y cuando llegó y donde estaba el Rey asentado en su silla, dijo: «Caballero de Dios, ruégoos, fe que debéis a aquel que vos acá envió, que me digáis ante todos aquestos si sois hijodalgo e hijo de dueña y de caballero lindo». «¿Venís», dijo el Rey, «de sangre real?». Calló el caballero y no repuso. «No hayáis vergüenza», dijo el Rey, «decidlo». Dijo el caballero: «Señor, vergüenza grande sería a ninguno en decir que venía de sangre de reyes andando así pobre como yo ando; ca si lo fuese, aviltaría y deshonraría a sí.» «Caballero», dijo el Rey, «dicen aquí que vos descercastes este lugar». «Descercolo Dios», dijo el caballero, «y aquesta buena gente que allá enviastes». «¿Habemos así a estar?», dijo el Rey. «Vayan por la Infante y venga acá.» La Infante se vino luego con muchas dueñas y doncellas para y donde estaba el Rey, muy noblemente vestida ella y todas las otras que con ella venían. Y traía una guirnalda en la cabeza llena de rubís y de esmeraldas, que todo el palacio alumbraba.


«Hija», dijo el Rey, «¿sabéis quién descercó este lugar donde nos tenían cercados?» «Señor», dijo ella, «vos lo debéis saber, mas tanto sé que aquel caballero que y está mató al hijo del rey d'Ester, al primero que demandó la lid, y bien creo que él mató a los otros y nos descercó». El hijo del Conde cuando esto oyó dijo así: «Señor, seméjame que esto viene por Dios; y pues así es, casadlos en buen hora». «Bien es», dijeron todos.



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