Los pequeños burgueses (trad. Antonio Ribera)

Fragmento del libro

-Pues bien, esta tarde, a las cuatro. Si como espero, los informes son favorables, aceptaré vuestro dinero. Por otra parte, si no aspiraseis al premio de la virtud, no sería necesario que rodeaseis de misterio vuestra herencia; podríais entonces invertirla en condiciones más normales que las que yo me veo obligado a proponer.

-¡Oh, qué prudente es el señor! -dijo la devota, que ya consideraba el asunto concluido.-. Este dinero, gracias a Dios, yo no lo he robado, y el señor puede pedir informes míos en el barrio.

-Esto es precisamente lo que tengo que hacer de manera imprescindible -dijo con sequedad La Peyrade, a quien no le gustaba aquella inteligencia despierta que, bajo aquel exterior de simpleza, adivinaba todos sus pensamientos-. Los premios a la virtud no se dan bajo palabra, y, sin llegar a ser una ladrona se puede no ser tampoco una hermana de la caridad; entre ambos extremos existen muchas variantes.

-Como el señor desee -repuso la beata-. Es demasiado grande el favor que me hace para no dejar que tome todas las precauciones.

Y, después de un saludo lleno de unción, salió, llevándose su dinero.

-¡Diablo! -pensó La Peyrade-. Esta mujer me da ciento y raya; traga saliva con expresión agradecida y sin hacer la menor mueca. Yo aún no he llegado a dominarme de esa manera.

Tuvo miedo de haber sido demasiado timorato y pensó que su acreedora podía haber cambiado de parecer en el intervalo de la visita que le había anunciado.